martes, 29 de junio de 2010

El recreo

La gente, y lo que es peor, las personas, cada vez se sienten más colapsadas tras las diversas teorías que desde hace más de dos años nos vienen hablando sobre cómo salir de esta situación económica.

Primero fue Zapatero con su intento de llamarlo “recesión” y no crisis. Solo algunos se dieron cuenta de que la recesión solo es un proceso que lleva a la crisis, por leve o fuerte que ésta sea. Más tarde llegó la victoria demócrata de Obama, no había que bajar el listón, fomentándose así las obras públicas para dar trabajo. Por el otro lado, Joe el fontanero debió alegrarse poniendo tuberías en los nuevos hospitales estadounidenses, panacea del Estado de Bienestar.

Ahora, tras hacernos arreglar entre todos lo que solo estropeó la corrupción política y la avaricia bancaria damos la vuelta a la tortilla. Madrid suspende casi todas sus obras, el AVE no llega (pero, por favor, a mi ciudad natal sí), Obama aplaude la decisión socialista de bajar sueldos y hacer recortes, la crisis recupera su nombre habitual. Lo último, lo que ha acabado por colapsar las tuberías de la razón es que la banca rechaza el impuesto que las principales potencias pretenden crear para ella. Se le ha preguntado si quería pagar, igual que se le podría preguntar al chulito de la clase si quiere que le castiguen.

Ahora, este chulito, ha acercado el termómetro a la bombilla y no será castigado por ponerse malo. El resto de la clase, con trancazos sinceros y bastante importantes no son preguntados y se quedan sin recreo una vez más.

martes, 15 de junio de 2010

Perder la cabeza

Hay varias formas de perder la cabeza. La perdió en su día aquel que escribiera aquella canción infantil en la que por el mar corría la libre y por el monte las sardinas, tralará. La perdió Dalí cuando se engominaba el bigote hacia arriba, la perdió Hitler (aun más) cuando en sus últimos días ordenaba movimientos de tropas que ya no existían… la perdió Bernarda Alba y la supo mantener su madre. También hay formas inmensamente más tristes que algunas de las aquí arriba descritas.
Hubo una vez un país lejano y que por aquel entonces se teñía de maravilla, donde habitaban millones de hombres y mujeres que llevaban cuarenta años sin vida libre y gobernados por un hombre bajito, con bigote y con las manos y las espaldas teñidas de un curioso color rojo. Cuando el enano murió llegó al poder otro señor con corona, y uno más moreno, alto , y proveniente de la ciudad de las murallas. Como en el famoso poema, este hombre abrió las murallas, luego puso el barco sobre la mar y al caballo en la montaña, y cuando limpió el país de escombros le hicieron la cama y le mandaron a casita.
Este hombre ha perdido la cabeza muchos años después de eso. Y no se acuerda. No se acuerda del país que construyó, del país que, más que levantar, hizo. Y no es posible que lo recuerde. Si en algún momento, por alguna fatalidad profética del destino, levantara la cabeza se asustaría y pensaría que todo lo que ocurre hoy en aquel país que él tiñó de maravilla es un mal sueño. Menos mal que el bendito alzheimer no lo permitiría. Abriría los ojos y vería por el monte a la sardina y por el mar a la liebre. Y a Cospedal diciendo que su partido es el de los trabajadores, tralará.