martes, 15 de junio de 2010

Perder la cabeza

Hay varias formas de perder la cabeza. La perdió en su día aquel que escribiera aquella canción infantil en la que por el mar corría la libre y por el monte las sardinas, tralará. La perdió Dalí cuando se engominaba el bigote hacia arriba, la perdió Hitler (aun más) cuando en sus últimos días ordenaba movimientos de tropas que ya no existían… la perdió Bernarda Alba y la supo mantener su madre. También hay formas inmensamente más tristes que algunas de las aquí arriba descritas.
Hubo una vez un país lejano y que por aquel entonces se teñía de maravilla, donde habitaban millones de hombres y mujeres que llevaban cuarenta años sin vida libre y gobernados por un hombre bajito, con bigote y con las manos y las espaldas teñidas de un curioso color rojo. Cuando el enano murió llegó al poder otro señor con corona, y uno más moreno, alto , y proveniente de la ciudad de las murallas. Como en el famoso poema, este hombre abrió las murallas, luego puso el barco sobre la mar y al caballo en la montaña, y cuando limpió el país de escombros le hicieron la cama y le mandaron a casita.
Este hombre ha perdido la cabeza muchos años después de eso. Y no se acuerda. No se acuerda del país que construyó, del país que, más que levantar, hizo. Y no es posible que lo recuerde. Si en algún momento, por alguna fatalidad profética del destino, levantara la cabeza se asustaría y pensaría que todo lo que ocurre hoy en aquel país que él tiñó de maravilla es un mal sueño. Menos mal que el bendito alzheimer no lo permitiría. Abriría los ojos y vería por el monte a la sardina y por el mar a la liebre. Y a Cospedal diciendo que su partido es el de los trabajadores, tralará.

3 comentarios:

Loren dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Loren dijo...

Y como siempre pasa en España se tuvo que larga por la puerta de atrás.

Ana Castro dijo...

Muy bueno. Lo de Cospedal tiene tela telita...