martes, 25 de septiembre de 2012

Cuestiones de flotación


Las mejores confesiones siempre tienen lugar cuando a la relevancia de lo dicho le llegó hace tiempo la fecha de caducidad. Asalta entonces una especie de rencor, orgulloso y digno, dispuesto a no arar jamás en un terreno que ha quedado yermo, después de tanto cultivar, de tanto depender de él como única salida posible. Algo parecido le ha debido ocurrir a las jóvenes madres de familia cuando han leído las declaraciones de James Cameron sobre Titanic, donde viene a decir que cabían Jack y Rose en la tabla, que todo dependía de una cuestión de flotación. Con cierta nostalgia de su adolescencia estas mujeres habrán mirado el fotograma de los dos amantes agarrados al madero y habrán pensado que si el director llega a hacer esas declaraciones hace 15 años probablemente hubieran gritado histéricas, acordándose de la familia de Cameron, también de la de Kate Winslet.
Es lo que tienen los rescates ¿quién no recuerda el memorable momento en el que Liam Neeson se lamenta por no haber salvado a más judíos en La lista de Schindler?  Podía haber comprado alguno más vendiendo su anillo, por ejemplo. Sin embargo estas revelaciones tienen lugar cuando ya es demasiado tarde. A toro pasado es muy fácil darse cuenta de que siempre hubo más almas a las que se pudo salvar, que hubo recursos que se orientaron mal, que se reincidió en los errores. Que no se miró por quien se tenía que mirar, que se fue un poco egoista. Es el epílogo final de todas las historias en las que solo se salvan unos pocos, unos cuantos judíos, comprados por un supuesto nazi, que trabajan en una fábrica, o la niña rica del Titanic.  En la mayor parte de los casos sólo los grandes se dan cuenta de que se podían haber salvado más cosas del desastre. Los mediocres nunca son conscientes. Dentro de un tiempo nuestro actual Presidente del Gobierno dormirá tranquilo en su casa de consejero de estado tras volver a poner “Titanic” para rememorar viejos tiempos. No reparará que en la tabla cabían agarrados los dos. No hay flotación que valga.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Señales



¿Se acuerdan de aquella película en la que Mel Gibson se volvía loco intentando saber cómo acabar con los extraterrestres que le hacían gracietas en los sembrados? Intentó todo lo convencional y al final su hija –que estaba obsesionada con el agua- se da cuenta de que es tirarle el líquido elemento al alien y salen espantados.  Al final la solución suele estar mucho más a mano de lo que nos imaginamos, algo parecido a buscar las gafas cuando resulta que uno ya las tiene puestas.
Como para ahuyentar a los aliens algo similar ha ocurrido con la señora Presidenta, que hacía las gracietas en el terreno de todos. Ni huelgas, ni manifestaciones ni pataletas… algunos dicen que ha sido un tapper el encargado de anular la voluntad de Aguirre. Comida, al fin y al cabo, comida que empieza a faltar para llenar tarteras. Resulta que la solución estaba mucho más a mano de lo que parecía, como el agua de la hija de Mel Gibson. La presidenta se va, y nos deja una estructura a medio privatizar y un campo con visos de ruleta que juega a la exención fiscal, un campo yermo dispuesto a actuar como una máquina tragaperras. Justo ahora que le había costado tanto esfuerzo. Justo ahora, nada más cantar bingo, aunque los jugadores elegantes siempre echen dos cartones más.
Pero Esperanza tiene algo más en común con aquellos extraterrestres, el misterio de los verdaderos motivos de su dimisión, de su animadversión al agua. Dice que la enfermedad que padeció ha influido pero que está presuntamente curada (y así lo esperamos), que quiere pasar más tiempo con su familia, con su madre, con sus nietos, argumentos extraños que provienen de una mujer con la piel más dura que sus propios huesos. Los alienígenas podían haber venido con impermeable y ella pensarse el estar más tiempo con su familia antes de concurrir a unas elecciones. Si son verdad sus argumentos ¿por qué no recapacitó antes de comprometerse en mayo de 2011 y fallar de este modo a sus votantes? Nunca sabremos sus verdaderos motivos. La Esperanza es lo último que se pierde, lo que nunca perderemos será la ignorancia.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Saldos, novedades.


Las campanillas que avisaban de que entraba alguien sonaron con un tintineo de tiempo pasado. Eran ajenas al aire hosco y un tanto febril que llenaba la estancia, y es que un viejo polvo –y sin embargo tan nuevo siempre como si lo hubieran inventado para aquel momento- se dedicaba a revolotear , revolucionario y recién liberado, por aquel espacio que de repente parecía tan viejo.
Lo primero de lo que se dio cuenta la señora García fue de la cantidad de cajas que poblaban las mesas. Eran ellas quienes levantaban las ristras de polvo que, como batallones, venían a conquistar el aire, dando esa sensación al local de gloria de otro tiempo. “Modas XXI” siempre había sido un lugar limpio y organizado, donde la mitad de aquella capital de provincias acudía a renovar su vestuario cada primavera-verano, cada otoño-invierno, rebaja tras rebaja.  Sin embargo aquel septiembre el lugar aparecía como desvalijado. Una extraña urgencia había invadido a los dependientes y a la propietaria, que corrían de un lado a otro desnudando maniquíes, subiendo bajos, tachando precios viejos e incluso regalando cinturones y corbatas a aquellos que se llevaban más de una prenda.
Todo este cuadro, desordenado y aparentemente aleatorio, pilló a la señora García como esperando el sol por el oeste, con la misma sensación de quién ve a un soldado llorar. Acababa de volver de las vacaciones y, entrando septiembre, pensó que esperaba –como en todos los inicios de curso- encontrarse cambios, pero no aquel desmantelamiento general de aquel lugar que siempre había parecido tan sólido. Lo primero que hizo fue dirigirse a doña Ana, la propietaria, el lugar común de todos los septiembres, alguien que, pasara lo que pasase, sería como aquella roca en la playa que actúa como punto de referencia.
-Pero Ana ¿qué ocurre?
-¿No has leído los carteles de afuera?
-No, pensé que pondrían algo sobre descuentos en la nueva temporada, o algo así.
-Qué va –contestó la propietaria, quitándose un mechón de pelo sobre la frente sudada mientras remataba unas cuentas en la calculadora- cerramos, esto era insostenible.
La señora García miró alrededor, cerciorándose de lo que realmente estaban haciendo todos los trabajadores: liquidar.
- Pues sí –prosiguió doña Ana- lo que oyes. Que esto no se sostenía, regalábamos las cosas ya de tanto que habíamos bajado los precios. Yo creo que antes de que cayera la que está cayendo la gente compraba por encima de sus posibilidades y ahora tiran de fondo de armario. Yo estoy cansada, total, que compren ropa en el Zara, que se les romperá antes, lo que no podíamos seguir haciendo era regalando las cosas. Es que este modelo de comercio era totalmente insostenible, esto tenía que acabar pasando.
-¡Qué dices Ana! Si yo pensé que os iba bien…
-De eso nada, la anterior encargada, a la que dejé aquí cuando mi baja por depresión, falseó la cuentas, no te digo lo que había por debajo, no sabía lo que iba a encontrarme ¡menuda herencia!. Cambió un par de marcas que vendían mal por otras que vendían bien, tejidos Tarrés, yo creo que te llevaste algo de ellos, pero a esos ya les he rescindido el contrato, sincronizaban bien pero no entraban en mi hoja de ruta. A los demás ya les llamaré, que dejen de traerme trapos, que yo cierro el chiringuito. Me dan pena estos chicos –y señala a una pareja de dependientes, que aplicaban un descuento a un traje de chaqueta y pantalón- porque les prometí que de aquí sacaban para comer, pero bueno, también les sugerí que lo mismo habría que hacer un esfuerzo, encontrarán algo en otro sitio, yo les prometo que saldrán adelante. En el fondo esto no es un cierre, es un plan de eficiencia, que se lo tomen así.
-Bueno, pues qué pena, yo que venía a mirar abrigos de invierno.
-Pues no me quedan, cariño, pero si vienes dentro de un mes aquí te darán un café exquisito. He vendido el local a Starbucks, a esos les irá bien, tienen un modelo fuerte de empresa. Una cosa sostenible, vaya.
Y la señora García salió de la tienda y cuando cerró la puerta pensó que septiembre solo es un comienzo, otro comienzo más. Que ese mes y lo que viniera después ya estaba marcado desde el curso anterior, aunque pudiera no parecerlo.