lunes, 10 de septiembre de 2012

Saldos, novedades.


Las campanillas que avisaban de que entraba alguien sonaron con un tintineo de tiempo pasado. Eran ajenas al aire hosco y un tanto febril que llenaba la estancia, y es que un viejo polvo –y sin embargo tan nuevo siempre como si lo hubieran inventado para aquel momento- se dedicaba a revolotear , revolucionario y recién liberado, por aquel espacio que de repente parecía tan viejo.
Lo primero de lo que se dio cuenta la señora García fue de la cantidad de cajas que poblaban las mesas. Eran ellas quienes levantaban las ristras de polvo que, como batallones, venían a conquistar el aire, dando esa sensación al local de gloria de otro tiempo. “Modas XXI” siempre había sido un lugar limpio y organizado, donde la mitad de aquella capital de provincias acudía a renovar su vestuario cada primavera-verano, cada otoño-invierno, rebaja tras rebaja.  Sin embargo aquel septiembre el lugar aparecía como desvalijado. Una extraña urgencia había invadido a los dependientes y a la propietaria, que corrían de un lado a otro desnudando maniquíes, subiendo bajos, tachando precios viejos e incluso regalando cinturones y corbatas a aquellos que se llevaban más de una prenda.
Todo este cuadro, desordenado y aparentemente aleatorio, pilló a la señora García como esperando el sol por el oeste, con la misma sensación de quién ve a un soldado llorar. Acababa de volver de las vacaciones y, entrando septiembre, pensó que esperaba –como en todos los inicios de curso- encontrarse cambios, pero no aquel desmantelamiento general de aquel lugar que siempre había parecido tan sólido. Lo primero que hizo fue dirigirse a doña Ana, la propietaria, el lugar común de todos los septiembres, alguien que, pasara lo que pasase, sería como aquella roca en la playa que actúa como punto de referencia.
-Pero Ana ¿qué ocurre?
-¿No has leído los carteles de afuera?
-No, pensé que pondrían algo sobre descuentos en la nueva temporada, o algo así.
-Qué va –contestó la propietaria, quitándose un mechón de pelo sobre la frente sudada mientras remataba unas cuentas en la calculadora- cerramos, esto era insostenible.
La señora García miró alrededor, cerciorándose de lo que realmente estaban haciendo todos los trabajadores: liquidar.
- Pues sí –prosiguió doña Ana- lo que oyes. Que esto no se sostenía, regalábamos las cosas ya de tanto que habíamos bajado los precios. Yo creo que antes de que cayera la que está cayendo la gente compraba por encima de sus posibilidades y ahora tiran de fondo de armario. Yo estoy cansada, total, que compren ropa en el Zara, que se les romperá antes, lo que no podíamos seguir haciendo era regalando las cosas. Es que este modelo de comercio era totalmente insostenible, esto tenía que acabar pasando.
-¡Qué dices Ana! Si yo pensé que os iba bien…
-De eso nada, la anterior encargada, a la que dejé aquí cuando mi baja por depresión, falseó la cuentas, no te digo lo que había por debajo, no sabía lo que iba a encontrarme ¡menuda herencia!. Cambió un par de marcas que vendían mal por otras que vendían bien, tejidos Tarrés, yo creo que te llevaste algo de ellos, pero a esos ya les he rescindido el contrato, sincronizaban bien pero no entraban en mi hoja de ruta. A los demás ya les llamaré, que dejen de traerme trapos, que yo cierro el chiringuito. Me dan pena estos chicos –y señala a una pareja de dependientes, que aplicaban un descuento a un traje de chaqueta y pantalón- porque les prometí que de aquí sacaban para comer, pero bueno, también les sugerí que lo mismo habría que hacer un esfuerzo, encontrarán algo en otro sitio, yo les prometo que saldrán adelante. En el fondo esto no es un cierre, es un plan de eficiencia, que se lo tomen así.
-Bueno, pues qué pena, yo que venía a mirar abrigos de invierno.
-Pues no me quedan, cariño, pero si vienes dentro de un mes aquí te darán un café exquisito. He vendido el local a Starbucks, a esos les irá bien, tienen un modelo fuerte de empresa. Una cosa sostenible, vaya.
Y la señora García salió de la tienda y cuando cerró la puerta pensó que septiembre solo es un comienzo, otro comienzo más. Que ese mes y lo que viniera después ya estaba marcado desde el curso anterior, aunque pudiera no parecerlo.


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