sábado, 6 de octubre de 2012

La dulce vida


“¡Marcello! ¡Marcello!” Gritaba Anita Ekberg a Mastroiani metida en la Fontana di Trevi. Ella estaba empapada, en su cuerpo absolutamente despampanante, empapada en la grosera estupidez de su personaje de actriz malcriada y bobona. Y en aquella película de Fellini, Marcello entraba a la fuente y se acercaba a ella, completamente amilanado, hasta que la fuente se apaga de repente y es entonces cuando el público se percata del ruido insaciable que hacía el agua. Y Marcello volvía (no sabemos si en persona o en personaje), volvía en sí, y cogía a la rubia y sacaba a aquel monumento de ese otro de piedra.
A Mastroiani le costó una paliza, y a nosotros la fiebre de querer meternos en la fuente a sacar a alguien, o a hacernos los tontos y que nos saquen. Sin embargo hace mucho que no se puede, porque meterse en la Fontana di Trevi está seriamente penado, lo que le añade más morbo al chapuzón, si cabe, que el hecho de hacerle un homenaje póstumo a Fellini. Ahora tampoco se puede comer allí delante, yo lo he hecho, como tantos otros, aunque sí que podremos seguir tirando monedas para volver a la ciudad eterna, supersticiones y gastos innecesarios sí, claro. Y con ese engalanamiento que da el prohibir, esa sensación de poder que produce en las mentes que padecen gigantismo y que son por definición mediocres, aquí quieren extender esa absurda veda. Lo hacen para sentirse grandes, porque no lo son, para sentirse con una autoridad que moralmente pierden día a día. Para comprobar los hilos de su poder. Sólo son demostraciones de autoridad, absurdos levantamientos de voz. Es una berrea.
Porque comer en la calle ensucia, claro, pero vivir ensucia. Dentro de poco, si les dejamos, nos prohibirán también el cine y la literatura, para que no nos metamos en la fontana de Trevi a gritar el nombre de nuestro protector, fingiendo que somos actrices tontas. Porque en estas demostraciones de poder nos quieren quitar también la posibilidad de disfrutar, nos quieren quitar aquellas cosas que siempre han sido para las personas y no para la gente, para la clase media que les sustenta. A este paso, nos van a querer prohibir, también, la dulce vida.


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