Una fiesta.
En
uno de los suplementos comerciales que se distribuye con El País reseñaban que los vaqueros son una prenda “democrática”. No
sé si los gallegos y los vascos que se dirigen hoy a los colegios electorales
se pondrán la famosa prenda de algodón para ir a votar. Quizá esa sea la forma
de que se sientan más cómodos a la hora de perpetrar su derecho constitucional.
Los partidos nunca perderán, ya serán capaces ellos de tirar
de eufemismos relamidos para vender el resultado de una forma y otra. Todos
ellos hablarán de la “Fiesta de la democracia” que parece suponer ir a votar
una vez cada cuatro años y el resto de días padecer de forma pasiva los golpes
de poder de aquellos que se creen legitimados por las urnas. La desilusión se
ha extendido estos días en la población vasca y sobre todo en la gallega al
igual que las aguas de un pantano; inundando poco a poco las viviendas, las
calles, los bares, acabando con aquellos lugares que parecían seguros y
confortables. Y como en una inundación todos se preguntan cómo llegó esa presa
hasta sus vidas, en qué momento el oro de la democracia perdió su brillo o cuándo
se le cayó el esmalte.
En vista del descenso de participación tan acusado es
probable que los vascos y gallegos que leyeran el otro día El País se hayan puesto
hoy unos vaqueros, quizá piensan que es lo más democrático que puedan hacer un
día de elecciones. Al igual que cuando se sale con la ropa más cómoda
que tenemos, con vaqueros probablemente, porque puede que no nos apetezca salir
esa noche a una fiesta en la que el anfitrión acaba emborrachándose demasiado y
estropeándole la fiesta de la que hablan todos los periódicos a los invitados.
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