El Gobierno está debajo de un almendro
En la postguerra muchos de los teatros
españoles se llenaron con las comedias de Jardiel Poncela; unos folletos
colmados de personajes hasta los márgenes y con un humor que era, en parte, muy
superfluo y frívolo. Requerir tantos actores y tanta risa inane tenía un doble
propósito: dar de comer al mayor número de actores posible y que la gente
tuviera un rato de superficialidad en el que reírse abiertamente cuando el
señor García moría repentinamente o cuando cuatro vidas enloquecían por dejar
de envejecer. Al salir a la calle el espectador se encontraría con un panorama
de hambre y estrechez, un problema que había podido olvidar por un momento en
la aparente frivolidad de las tablas.
Nuestro Gobierno,
centrado en nosotros, como bien anunciaron, y muy cercano a la realidad
española, ha sido consciente de que los españoles ya no vamos al teatro, algo
que la gente en la postguerra se podía permitir, y en todo un alarde de buenos
sentimientos nos han acercado esa dosis diaria de frivolidad a través de sus
propios Ministros. Los tirabuzones de una cateta vallisoletana que se baja a
trabajar como si fuera de boda, el perfume de su laca, los rezos de la beata
Fátima pidiendo que se aplique con ligereza su propia reforma laboral, el
ministro Wert que -en una demostración digna de un machito de pelo en pecho de
la derecha española- se compara con un toro, Cospedal “Slim fit” iluminándonos
a todos diciendo que los votos de CIU habían pasado a ERC siguiendo el
mismísimo procedimiento de los vestidos vaporosos de Soraya en Vogue, devenidos
en peinetas. La última en unirse al club ha sido la Secretaria de Inmigración,
que ha revisitado Cocodrilo Dundee diciendo que los jóvenes emigramos debido a
nuestro espíritu aventurero.
No puedo evitar
imaginármelas a todas ellas en el vestidor de su casa, igual que en un
escenario pero delante del espejo, pasando del liguero a la peineta y de la
falda corta a la mantilla, como aquellas actrices de postguerra que tenían que
cambiarse de ropa entre bambalinas. En un arrebato de mezclar escote con
rosario se miran al espejo y dicen algo así como “era un gasto innecesario” o
“no podemos pedir sacrificios a la Iglesia, con la que está cayendo”. Y
entonces sonríen picaronas mientras besan el espejo y coquetonas tiran de laca
y tirabuzón -demostrándonos que como mejor están las ministras es con patatas-
mientras ellos, bravucones, se dan una palmadita orgullosa después de afeitarse
la dura barba de íbero neoliberal. Ya que nos reímos con los dos y que los dos son
aparentemente frívolos, por favor, que alguien despierte a Poncela y que nos
gobierne. Al menos él, en la medida de sus posibilidades, sabía maneras para
dar de comer a la gente.
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