Mil "pavos"
“El amor fue
inventado por alguien como yo para vender medias de nylon”. Esa frase la dice
con su carisma varonil, atrayente, el publicista Don Draper en el primer
capítulo de Mad Men. Ya desde
entonces este personaje nos huele desde la pantalla a “after shave” y a un
sudor reciente y fresco, –de ese de subir del gimnasio- a tabaco (Lucky) y a
gomina. El protagonista de la
exitosa serie se ha convertido en el mejor anuncio de sí mismo; sabemos que es
infiel y un poco ladino, pero nos da lo mismo y uno tras otro –hombres y
mujeres de cualquier orientación sexual- caímos rendidos a sus pies por una
admiración que va mucho más allá (o mucho más acá, según se mire) de la
atracción sexual.
Estos publicistas de los años 60
sabían vender su mercancía, pero también venderse a ellos mismos. Acudían al
trabajo en sus bien compuestos trajes, las ideas fijas con brillantina en el
pelo ellos y laca ellas, los tacones rectos y las corbatas perfectamente
simétricas. Sabían a lo que iban, igual que esos niños antiguos en edad escolar
que –si bien no iban al colegio en uniforme- llevaban raya a un lado y las
legañas fuera, el pantalón planchado y la camisa impoluta. Gracias a esas
conductas cuando se convertían en adolescentes y despuntaban los brillos rojos
de su pelo, los pendientes en lugares hasta entonces inaccesibles y los
cardados arquitectónicos esos niños habían aprendido a adecuarse y dejaban sus
extravagancias hormonales en casa cada vez que se dirigían al instituto. Eran visos
de una educación que se ha debido quedar obsoleta y rancia porque ni siquiera
se vislumbran en los institutos andaluces a los que acuden los desempleados de
más de 18 años dispuestos a sacarse el graduado escolar. Lo hacen porque el
Gobierno andaluz les pagará mil euros si lo consiguen, es una medida para
incentivar el estudio y aumentar la formación de su población, dicen. Los
jóvenes sureños acuden ansiosos a las aulas esgrimiendo que en épocas de crisis
ese dinero es necesario. Pocas palabras sobre si la formación es necesaria o no,
aunque a tenor de las cifras de desempleo en jóvenes con estudios hacen mejor en callarse. No puedo
reprimir un ataque de ternura al verlos ansiar los mil “pavos”; vislumbro en la
rayas que se pintan en los ojos ellas y en los pelos de punta de ellos la
necesidad de ese dinero, casi con la misma inocencia con que yo aguardaba en
Junio señalar con el dedo la pistola de agua correspondiente que lo mismo me
caía, no si pasaba curso, pero sí si sacaba buenas notas. Y me dan pena porque
no son conscientes de que falsearán las estadísticas del fracaso escolar con
ellos y que con mil euros no llegarán ni a la vuelta de la esquina. Alcanzaba
más el chorro de mi pistola de agua. Las mesas se les quedan pequeñas y las
ilusiones tan mal puestas como los piercings en sus labios. Y pienso que esa
educación es como el anuncio de “Desigual” en el que una chica esquelética
quiere tirarse a su jefe. Pienso que eso no es un anuncio y que si lo viera Don
Draper (aunque aficionado al sexo con subordinadas) se caería de espaldas. Y
pienso que lo de Andalucía ni es dinero, ni es incentivación, ni es siquiera socialismo
infiel o ladino, por lo que no puedo caer a sus pies como ante los de Draper.
Y lo que es mucho peor, que tampoco eso es Educación porque la Educación, para
saber recibirla, también hay que tenerla.
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