lunes, 8 de abril de 2013

Tiempos verbales


La dama de hierro

Me podría obligar a negarme a vivir en un país que se desmorona por dentro al igual que se acaba con el interior de los edificios históricos de Madrid. Me podría negar a vivir tras una fachada de sol y playa. Me podría negar a que manipulen las opiniones de mi generación. Por negarme me podría negar también a ver cómo desde arriba se acaba con la cultura poco a poco, en una larga y penosa enfermedad.
Si me abstraigo y me concentro conseguiré, en ejercicio que me evada de mi entorno, de objetivizarme a mi mismo, exento de todo marco, negarme a todo eso como un niño empecinado en no comerse las verduras. Pero arriba he usado el tiempo condicional y a mis frases les faltaba la condición necesaria: me negaría si no fuera español. Pero soy español y, aunque me niego a que ocurra lo que está ocurriendo mis esfuerzos son inútiles. Al igual que el niño acabaré comiendo la verdura si no es para cenar para desayunar, sino es para desayunar para comer, y así en bucle finito hasta que el hambre te haga tragar cosas de las que prefieres no conocer el sabor. Cierras los ojos y notas como una bola fría e insípida se abre paso dentro de tu cuerpo, dejando un rastro desagradable en la memoria.
Sin embargo hoy, leyendo las noticias sobre la muerte de Margaret Thatcher lo he vuelto a hacer, porque en algún momento la condición se derrumba y vuelves a la negación pura: me niego a que entierren a los políticos de este país llenos de honores, me niego a un funeral de estado, me niego a bajar una bandera a media asta. Me niego porque las banderas deberían estar ya de capa caída gracias a ellos. Y aquí el tiempo condicional pierde el sentido y, cuando lo pierde, cuando te niegas, es cuando empiezas a conjugar el tiempo futuro.

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