jueves, 31 de enero de 2013

La reina del baile


De la fascinación infantil que sentía por Mary Poppins, y de aquellas preguntas que me hacía (¿Cómo conseguirá hablar el pájaro del paraguas? ¿Qué hilos usarán para que ella vuele, suspendida en el aire, sin que se vea por dónde la sujetan?) me queda una frase que dice Julie Andrews cuando ya se tiene más que de sobra ganada la confianza en aquellos niños traviesos. Como parte del buen niño que siempre seguiré siendo no puedo describir el tono con el que la actriz la pronuncia, ya que siempre la he visto y la seguiré viendo doblada, lo que puedo aportar es que la dobladora le imprime un soberbio y autosuficiente matiz a ese “Ante todo quiero dejar clara una cosa: yo nunca doy explicaciones” que la niñera dedica al padre de Jane y Michael cuando le pregunta qué hay de cierto en los hechos que los niños le cuentan.
Muy alejada de los cánticos de la señora de esa casa, que militaba, para quién no lo recuerde, en el bando de las mujeres sufragistas, ha estado toda su vida esa otra actriz a la que nunca le ha hecho falta militar en el bando de las homosexuales hollywoodienses. Jodie Foster recibió en la pasada gala de los Globos de Oro el premio Cecil B. DeMille por toda su carrera. Empezó diciendo que está soltera, algo que probablemente le costara más comentar que todo lo que vino después. Precisamente sobre todo lo que vino después ya está dicho casi todo, más que nada porque ya lo dijo ella. No ha desmentido ni condenado los rumores que hablaban de su homosexualidad, innecesarios además porque ella ya la había dejado clara hace unos años, especificando quién era su pareja. No habló del derecho a formar a una familia porque ya lo tomó hace mucho tiempo. Emocionada y en parte incrédula de sí misma (y esto lo puedo analizar perfectamente, porque la he visto en inglés y sin subtítulos que me distraigan) amplió aquella frase con la que Mary Poppins iba a desbancar al señor Banks. Sin embargo, hay algo que apenas se ha reseñado en las críticas a su intervención: una mención elegante y sencilla a la que ha sido su pareja durante casi toda su vida, la otra madre de sus hijos “mi expareja en el amor, mi hermana en la vida”. Jodie Foster hizo gala de la sinceridad que otorga reconocerle importancia a una expareja con la que has estado más de veinte años, cosa que muy pocas personas están dispuestas a reconocer sobre aquellos con quienes compartieron su vida en un pasado. Así fue como Foster dio colofón a una velada en la que dijo sentirse como la reina del baile, como la reina de su promoción.
Si nuestros políticos fueran así reconocerían sus amores del pasado, reconocerían sus errores, sus calamidades, sus pactos con el diablo. Y les darían las gracias o no, porque eso es algo que les permite llegar muy lejos, a la Moncloa o, más lejos aún, a Suiza. Quizá haya un día en el que un diputado, haciendo uso de la independencia que la Constitución dice que tienen, salga al estrado y diga "estoy soltero" asumiendo que votará según sus propias ideas, que le llevaron a política, y no las que le ordene su Partido. Ese día el diputado podrá hablar con tranquilidad de los errores del aparato de su militancia y de los suyos propios, reconociendo que la historia del amor de su vida ha acabado y que les debe mucho. Quizá ese día los políticos se sientan como la reina del baile y nosotros dejemos de verlos como el niño que para escaparse de las horas de estudio se marcha a sacudir el borrador y vuelve con las manos manchadas. Y es que los políticos, como los niños, tienen que rendir cuentas y explicaciones.

miércoles, 9 de enero de 2013

Si el dinero público...


La ignorancia es cuestión tiempo. De tiempo pasado, de no habérselo dedicado de forma suficiente al tema del que se está dispuesto a opinar para dar verdades tajantes y dogmas inatacables. De esto me he dado cuenta en uno de esos alardes en los que te empieza a sobrar el tiempo, haces zapping y como todos los caminos acaban en Roma o lo que es lo mismo, en Intereconomía, recabas en una rubia monísima y en un cincuentón guasón que hablan de la versión española de  Blancanieves. Opinaban entre histrionismos que intentar llevar a los Óscar como película de habla no inglesa a una película que era catalana era maravilloso para el idioma catalán. Tras esta muestra de humor han hecho la verdadera revisitación del clásico tomando unas imágenes de la Blancanieves de Disney y cambiándole el doblaje, en esta última versión del cuento recopilado por los Grimm Blancanieves castigaba a mudito por no hablar catalán.
Una sensación parecida me ha dejado la imagen (ahora en televisión española) del nuevo tren de alta velocidad que conecta España con Francia. Tres horas tarda y en él han viajado cuatro figuras del panorama español actual. Dos han sido elegidos para sus cargos gracias a nuestro sistema constitucional: el Presidente del Gobierno y el President de la Generalitat Catalana. De las otras dos figuras una ha sido elegida indirectamente por el llano, se trata de una médico que también ha sido reversionada (con esa facilidad que tienen los Ministros para cambiar de especialidad) y que ahora es fomentóloga, el otro está ahí por gracia divina: el Príncipe, ese protector de la evasión fiscal en Panamá. De estas dos personas allí sentadas parece que no tenemos derecho a decir nada, no las hemos elegido para sus puestos
Si el dinero público se destinara a lo que se tiene que destinar en ese tren no se hubiera invertido lo suficiente como para que tardara tres horas. A lo mejor tardaba seis. Si el dinero público se destinara a lo que se tiene que destinar a lo mejor a Rajoy y a Mas, como a dos niños pequeños enfadados y condenados a hacer las paces, no les hubiera quedado más remedio que sacar los problemas encima de la mesa e intentar solucionarlos, deben ser necesarias seis horas, ya que en tres no han podido demostrar ni el más mínimo interés en ejercer su trabajo, que no es otra cosa que solucionar problemas. Si el dinero público se destinara a lo que se tiene que destinar, en ese tren de seis horas los protagonistas de mi visionado de intereconomía a lo mejor hubieran visto esa versión de  Blancanieves en sus portátiles, se hubieran dado cuenta de que la película no es catalana, que acaso es vasca y que realmente parece andaluza. Se hubieran dado cuenta de que defiende del mundo taurino al menos la estética, como el propio logo de su cadena, y de que el cine mudo aunque no tenga idioma tiene habla.
Si el dinero público se hubiera destinado a lo que se hubiera tenido que destinar ni la ignorancia ni la incompetencia correrían a alta velocidad, no  en nuestras pantallas pero tampoco en nuestros territorios.