viernes, 27 de noviembre de 2009

"Sin título"

Fue necesario que me perdiera en los diáfanos pasillos de aquel museo -no tan grande como ese otro al que todo el mundo quiere ir para mirarle a la cara a esa mujer sin cejas ni más misterio que el de las editoriales- para ver a aquella japonesa hacerle una foto al letrerito ,que debajo de un cuadro, rezaba el nombre y el autor de éste. No recuerdo ni el cuadro ni al autor, recuerdo a la japonesa , que no sé que podía sacar en claro de aquel letrero, y también recuerdo muy bien mis piernas gritándome que me sentara, y mis ojos preguntándome si aquella maravillosa colección no la podría haber colocado Chirak en sus años mozos en el piso de abajo, para ahorrarme el esfuerzo de subir a buscarla. Poco más tarde me di cuenta de que mucha gente miraba primero el título del cuadro y luego el cuadro por encima, yo rezaba por dentro para que alguna vez en su vida encontraran un cartel que pusiera “sin título” o directamente que no hubiera tal, para indignación de los japoneses y demás turistas que se habían olvidado de quitarse el gorro en aquel recinto cerrado.

Debe ser que ahora, que somos gente civilizada, tenemos que organizarlo todo, no dejar lugar a la duda o a la elucubración, hacer un círculo enorme del que vayan saliendo círculos más pequeños y flechas y más círculos para clasificar , tenerlo todo en su lugar, saber donde está el norte y el sur, el cielo y el suelo. Dejamos a las cosas claras y al chocolate espeso, cosas llamadas por su nombre, tragedia, drama y comedia, la tragicomedia es un ámbito inexacto perdido entre la indefinición y la ambigüedad. El problema reside que, en estos años de “no me lei el libro, espero a la película”, las personas no están acostumbradas a pensar en qué nombre se le pondrá a las cosas: si es poligonero Jonathan, si nace en el barrio de Salamanca; Borja. Por eso, porque se nos ha olvidado lo que es buscar conceptos nuevos, tendemos a meter las cosas con el negro o con el blanco, sin pensar antes en la definición de ese color de la ceniza; el gris, que por cierto, puede ser de muchos colores. Y puede ser que el niño nazca en Las Rozas y tenga alma de Vallecas, y puede ser que nazca en Carabanchel y se pirre por los zapatos náuticos (qué aberración). Debe ser ésta la época en la que lo que no tiene nombre no sirve para nada.

Por eso mismo, por no querer definir las cosas, por querer atarlas a un nombre, muchas veces nos perdemos lo que verdaderamente es y la morena será igual a tantas morenas y las rubias seguirán siendo tontas. Y dime si te gusta o no te gusta porque no es tan difícil

* * *

La china, finalmente, se fue de la sala, y pasó por delante de obras de Monet y solo miró su título.

Los nenúfares flotaban en el agua, mientras cuatro tontos, los mirábamos.