lunes, 11 de julio de 2011

Lo "vintage"

Renovarse o morir. O eso al menos decimos en este país cuando cambiamos el fondo de armario, pintamos las paredes, vamos a la peluquería, innovamos a la hora de cocinar, cambiamos de ordenador, de lugares de fiesta, renovamos el Tribunal Constitucional, el de Cuentas, el consejo de RTVE o el Defensor del Pueblo.


Lo que ocurre en España, de un tiempo a esta parte, es que se lleva lo "vintage". Me explico: los vestiditos que se pone Lourdes Hernández (Russian Red), la ideología política de la misma, el bigote de algún moderno a lo Jeremy Irons, irse a Benidorm como en los viajes del Imserso (así aprovechamos antes de que privaticen este organismo del Gobierno) y dejar que los cargos públicos queden allí, llenos de telaraña, al más puro estilo Fraga.

Viendo esta situación podríamos pensar que cualquiera tiempo pasado fue mejor, pero algunos creemos que viendo como está el percal, entendiendo percal como calidad de la tela que nos viste y situación que nos reviste, lo mejor es agarrarse los machos y rociarse de alcanfor, antes que las polillas vengan y nos devoren, como ocurre con la ropa que está encerrada en los baúles de las casas en los pueblos y que , para volver a ponerse, habría que limpiar, fijar y dar esplendor.

Y es que la democracia actual ya está más que "vintage", y en eso no deberíamos consentir modas. En esa tienda de segunda mano que parece el parlamento no se han molestado en ponerle parches y acortarle los bajos, para así permitir que se airee la situación. Gobierno y oposición paralizan los procesos de renovación del todos los Tribunales (el Constitucional es ya anticonstitucional en sí) y mucho menos el Consejo (director incluido) de RTVE.

¿Para qué permitir que el ente público, que funciona bien, como nunca antes lo había hecho, siga adelante? Porque es muy "vintage" no reconocer los éxitos de los demás, ocurría en el siglo XIX y nos ha ocurrido a todos en el parvulario, donde por cierto, algunos dolidos por el éxito ajeno, aprendieron muy bien a deletrear.

viernes, 27 de mayo de 2011

El dios abandona a Octavio

A la muerte de Julio César, Octavio, que era considerado su sucesor, se vio obligado a conformar triunvirato con Marco Antonio y Lépido. Es muy probable que considerara que le había sido robado algo que le pertenecía. Sin embargo esperó, aceptó el título de su tío abuelo y llegó a llamarse Cayo Julio César mientras compartía poder y tierras

Pocos Imperios quedan ya en el siglo XXI, ninguno en los territorios que fueron dominados por Roma. Sin embargo cada casa tiene sus crisis y espera no acabar siendo conquistada por los bárbaros, al igual que le acaba ocurriendo siempre a los grandes proyectos, a las grandes expectativas… a los grandes Imperios. El Partido Socialista tiene la suya propia tras el batacazo electoral del veintidós de mayo. Muchas voces se levantan para pedir primarias, para ser democrático y elegir al único candidato que se presente, para poder seguir teniendo un partido líder, unificado y solvente. Todos intentan salvarlo de la catástrofe que ya parece haber comenzado y que amenaza con dejar con los plomos fundidos a los socialistas durante mucho tiempo. Puede que para que el PSOE siga adelante Zapatero haya tenido que nombrar a alguien como su heredero y evitarse el tener que dividir a su propio partido.

Por eso quien llevó a Zapatero a la Moncloa cosechando votos de Cataluña se ha quedado sin poder ser su sucesora y puede que considere que se le ha arrebatado el derecho a concurrir a elecciones primarias, a ella que tanto se lo merece, a ella que se convirtió en el símbolo de la igualdad de Zapatero mientras pasaba revista a las tropas cuando estaba embarazada.

Octavio, heredero de Julio César, esperó. Esperó a que Lépido pudiera ser considerado un traidor, esperó a que Marco Antonio se fuera con Cleopatra. Y entonces, sin rival alguno transformó una República en un Imperio.

Y es que, aunque al principio duela, a veces hay que esperar, como Octavio. Al final el dios, siempre acaba abandonando a otro.

domingo, 22 de mayo de 2011

Lágrimas en la lluvia

En la película de ciencia ficción Blade Runner los replicantes- falsos seres humanos fabricados en masa que desempeñan los trabajos difíciles- tenían un corto periodo de vida, de unos dos o tres años de duración, ya que no eran de más utilidad para el sistema. Una situación desesperante, la de conocer la fecha de tu muerte, incluso para alguien de naturaleza artificial.

La película está ambientada en 2019 y afortunadamente el mundo que más o menos vaticinamos para entonces no se parece mucho a esa ciudad de Los Ángeles en llamas, a esos coches de formas rectas que echan vapor y se elevan en el aire. Sin embargo si hay algo que ha mejorado bastante desde entonces es el photoshop y el maquillaje. Hoy en día a cualquiera se le quitan años de encima por el método de uniformizar píxeles o de pintar canas del color que más les convenga. Todo esto no aparecía en la película de Ridley Scott y sin embargo ahora (ocho años antes de la vaticinada fecha) contamos con un programa de ordenador capaz de hacer pasar a un lobo por un cordero, tan lejos de aquella harina por encima de las patas de los animalitos de los hermanos Grimm..

Si algo no tenemos son replicantes que hagan el trabajo sucio por nosotros, no tenemos a ningún ser creado para mandarle a hacer las guerras, ni siquiera para que tome las decisiones sucias, tampoco para que cree un sistema de hipotecas de bajo interés que nos acabe sumiendo en la actual crisis económica. Ya lo hacen los cuatro que están arriba. Sin embargo hay algo de lo que esas víctimas del photoshop no se habían dado cuenta: Harrison Ford se dedicaba a saber quién era un replicante y quién no, puesto que en ocasiones aquellos falsos seres humanos ni siquiera sabían que habían sido fabricados. El problema era que al conocer su falsa naturaleza empezaban a buscar soluciones para alargar su vida y eso no convenía a los gobiernos. Hoy, en Mayo de 2011, no han hecho falta Harrison Fords para que vengan a decirnos que nuestra dignidad tiene las horas contadas, nos hemos dado cuenta nosotros mismos, y estamos buscando formas de alargarle las horas, de mantener lo que tantos siglos de lucha ha costado conseguir.

Y algún día espero contarle a mis nietos, como a aquel personaje de aquella película futurista, que he visto cosas que ellos no creerían: atacar naves en llamas más allá de Orión, Rayos C brillar más allá de la puerta del Sol. Cosas que quizá no se vayan como lágrimas en la lluvia.

Porque si somos la generación perdida, estamos empezando a encontrarnos.

Enrique Gutiérrez Llamas

martes, 15 de febrero de 2011

Lo que (no) quiero decir.


Extendieron la alfombra roja, con lo que a mí me gustaba la verde, y todos prepararon sus flashes y sus lenguas viperinas para criticar a unos y a otros por la foto más esperada: la de Álex de la Iglesia al lado de Ángeles Gonzalez-Sinde. Los más ignorantes criticaron la situación; “que alarde de hipocresía” decían llevándose las manos a la cabeza. Hipocresía no, protocolo y corrección, y quién esperara no verlos juntos todavía vive en el mundo de yupi, esperando a que Mister Marshall pare por el pueblo a traernos chocolate, cuando ahora ni siquiera lo necesitamos.

La gala ha sido sacada de contexto para ofrecer lo peor de nosotros mismos, el mal corrosivo de este país: la envidia. Muy tiñosa ella, la envidia, disparó sus fotografías sobre lo más frívolo y lo más grave que pasó por esa alfombra roja. El glamour pretendido,titulan, porque nos queremos poner a la altura de los vestidos que pasan por los Oscar y no sabemos hacerlo, dicen, porque el cine español siempre ha sido una mera imitación de Hollywood, en España no sabemos hacer nada bien, comentan, porque el humor de la gala es rancio y cutre, critican. A mí, personalmente, me gustaría ver como iría vestida esa gente que tanto critica los vestidos cómo harían una gala de dos horas aquellos que han puesto a Buenafuente a caer de un burro (catalán), los que dicen que el cine español es una birria. Me hace mucha gracia porque no he visto a ninguna de esas personas llevar con gracia un vestido, ni los he visto hacer un chiste que pueda no ofender a alguien. Y mucho menos, mucho menos, les he visto en el cine viendo ninguna película española.

Con esto no quiero decir ¡ojo! que estuviera bien Asumpta Serna con su folio doblado de Wikileaks, y que Dafne Fernández pareciera salida de una merienda con el Sombrerero Loco gracias a ese vestido, de hecho tal merienda estuvo transitadísima. Con eso no quiero decir que todas las películas sean buenas y que los chistes de Andreu Buenafuente me dejaran sin respiración. Con eso quiero decir que la gente no sabe ver que las actrices españolas –para muestra las nominadas a mejor actriz de reparto- tengan algo que envidiar a las americanas. Con esto quiero decir, que ya quisiera ir Christina Aguilera a los Oscar como Leire Pajín a los Goya (y mira que la de Sanidad va vestida como por Cospedal). Con esto lo que quiero decir es que Alex de la Iglesia quiere una ley sinde mucho más dura (y de dudosa constitucionalidad, oiga), aunque la gente se piense que solo hay una forma de estar en contra de la Ministra. Con esto quiero decir que no sé qué persona se merece aplausos por decir que internet es el futuro (¡Verne del siglo XXI!), cuando los aplausos se los merece más por haberse mordido la lengua y no decir “pero no quiero que el futuro sea gratis, que es lo que estáis pensando”. Con esto quiero decir que nos pasamos cuando criticamos a un niño que, ante el Teatro Real, confunde preposiciones del catalán al castellano, con esto no quiero decir que España se esté hundiendo, verbigracia del plurilingüismo, que dicen unos. Con esto quiero decir que el que Pa Negre haya sido la mejor película y sus actores (catalanes) los mejores no signifique que Cataluña sea superior, o que su cine sea el mejor de este país, el único bueno, que dicen los contrarios a los anteriores. !Cataluña nos salvará! Menos mal que , hasta ahora, y por esa regla de tres, hemos estado regidos por Castilla la Mancha. Y menos mal que esos actores eran de la capital, que nunca ha querido independizarse.

Al final, los que menos se lo esperaban, le tendrán que dar las gracias a Almodóvar.

sábado, 8 de enero de 2011

Huele


Ana Botella ha denunciado a unas cuantas peras y manzanas porque el día de su fiesta hicieron demasiado ruido. La pobre señora se ha desacostumbrado de comprar en verdulerías y de gritar al mejor postor, de intentar llevarse la mejor reineta antes de que le quiten el derecho a casarse con ella. A uno se le despierta una especie de, quizás infundada, sospecha de que a la concejala de medio ambiente el puesto le viene un poco raro, porque al ambiente, lo que es al ambiente le intenta quitar sonoridad en cuanto puede. Deben de ser las rosas rojas podridas que intenta cortar, que se le revolucionan.

Y entre tanta alegría se le olvida que lo que más ruido hizo aquel día fue el gol que la selección le marcó a Portugal, pero claro ahí estamos hablando de España. De esa España por la que muchos temen, de la que se hundirá con la ley antitabaco porque la gente saldrá de los bares a fumar a la calle y ya no consumirá tanto. Decía Elvira Lindo el otro día que está demostrado que al principio se resentirá la facturación, pero que después aumentará, que el parroquiano que lleva un café y un paquete de cigarros toda la tarde saldrá a la calle a fumar y consumirá en otro bar, y ya serán dos cafés. Vamos, que no sueñen aquellos que dicen que los bares se quedarán sin gente en este país, porque digo yo que a lo mejor es eso la forma de salir de la machacona crisis.

Estemos de acuerdo o no con la medida si hay algo bueno es que este país empieza a oler. La salsa brava salta a las pituitarias como si fuera un anuncio que te incita a comprar, la croqueta de jamón impregna de bechamel las narices, los gin-tonics huelen a desenfreno y las vieiras te llenan el estómago antes casi que el ojo.

Bien es verdad que a algunos otros bares se les destapa el olor a cerrado, a plástico barato o a garrafón vomitivo de cuyo hedor no eran conscientes; le tendrán que poner solución. También es verdad que a algunas no les hacía falta la ley antitabaco para oler las manzanas desde lejos, aunque ellas mismas desprendan olor a gaviota.

Enrique Gutiérrez Llamas