martes, 19 de marzo de 2013

Opening


La olímpica ciudad dormía la siesta. Hasta la peineta llegaban ya los bostezos aburridos de quién se ha acostumbrado al nunca acabar. El viento azul, lento y adormilado, limpia el suelo de los panfletos que llaman a los ciudadanos a trabajar de forma voluntaria y a vivir de la inolvidable experiencia de cumplir los sueños de otros. En el perezoso momento en el que uno coordina su cuerpo para dar la vuelta en el sofá sin destaparse, quitándose la legaña del lacrimal, una voz saca de la ineptitud del sueño a los habitantes de la villa. Una voz que ha desayunado las delicias de Viena Capellanes y que, desde su figurada instancia en la que siempre ha sido la capital del vals, ha cambiado su cadencia y su ritmo. Como el tic-tac monocorde del reloj no va ahora esa voz más lenta, ni más rápida, va simplemente distinta, y eso sus electores lo notan hasta el punto que les hace abrir un ojo sin temor a que la legaña quede desprendida de forma brusca.
Y allí está, de nuevo en sus pantallas, igual pero distinta. Aristocrática pero cardada. Viste de blanco y las perlas que la acompañan desde su niñez siguen allí todavía. Pero algo ha cambiado aunque la voz sea la misma. El elector no se da cuenta de qué puede ser, pero al otro lado del plasma el equipo asesor lo sabe y suda sangre, debido también a la cercanía del jueves santo.
Y es que al otro lado todo el mundo suda, todos menos ella, que sostiene los papeles como le fue enseñado en el colegio de las Madres Irlandesas, que como podemos imaginar ni eran madres, ni mucho menos irlandesas. En ese preciso instante abre la boquita de piñón, con los labios estreñidos en británica mueca. Sus asesores yerguen el cuello esperando un sopapo más, los asesores ajenos se congratulan de haber avisado a sus asesorados de lo que iba a pasar. Está a punto de ocurrir, le ocurrió a su marido, al siguiente presidente del Gobierno, al actual. Ella será una más y está a punto de pasar al club. Abre la boca y comienza su entrada en el particular Olimpo.
Horas más tarde, el espectador que despertó de la siesta buscará en Internet el vídeo que pudo observar en directo. Comprobará que lo que vio es cierto, que su edil ya es una más, que no ha defraudado. Y ya de paso mira cómo va eso de los juegos olímpicos, que esta vez no se ha interesado porque la costumbre acaba por oxidar las mejores ilusiones. Y aquí está el peculiar triunfo de su alcaldesa, que ha conseguido hablando en inglés lo que no ha conseguido en cristiano: que la gente se interese por la carrera olímpica de Madrid. Eso sí, nos queda clara una cosa, para siempre, en nuestra mentalidad de electorado de clase media: que, efectivamente, su tailor es rich. Y madrileño.

Si todavía no has visto el vídeo de Ana Botella hablando inglés puedes verlo pinchando aquí.

martes, 12 de marzo de 2013

Almodóvar en el Vaticano


Lo que voy a decir sobre la última película de Almódovar me ocupa una sola frase, el que no la entienda, o al que dicha frase le parezca una obviedad puede dejar de leer este artículo en cuanto conozca, a partir del siguiente punto, lo que tengo que decir. “Los amantes pasajeros es una comedia de Pedro Almodóvar”. Punto. Si alguien espera una crítica más profunda sobre esta película protagonizada por tres azafatos homosexuales que pase al artículo de la semana pasada; trata sobre los argumentos novelescos y puede ser más orientativo respecto a mis opiniones que lo que van a leer a continuación.
Cuando digo que “Los amantes pasajeros es una comedia de Pedro Almodóvar” me refiero precisamente a eso, y no me acabo de explicar muy bien los vapuleos de parte de la crítica respecto al filme, porque no sé si esperaban que Los amantes pasajeros, escrita y dirigida por Pedro Almodóvar, fuera una comedia de Santiago Segura, de Daniel Sánchez Arévalo o de un resucitado Berlanga. No entiendo que la califiquen de disparatada, de en ocasiones vulgar, de exagerada, de insultante o de tener algo así como saturación del color. No entiendo, en otras palabras y siguiendo con la línea de lo que ya he escrito, que traten de asustar al potencial público criticándola con unos adjetivos que son propios de una comedia de Almodóvar, porque para eso podían haber publicado sus críticas hace treinta años cuando no se sabía qué tipo de cine hacía, o podían haber hecho lo que yo hago: decir que “Los amantes pasajeros es una comedia de Almodóvar” y ya lo habrían dicho todo, máxime cuando el director había avisado que iba a volver a hacer una comedia descarada, tal y como hacía en sus inicios. Que Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) es más refinada, sí, que ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) es de hace casi tres décadas, también, pero se trata de comedias de Almodóvar que son precisamente eso, comedias de Almodóvar, y cuando lleva unas cuantas hechas ya sabemos lo que nos vamos a encontrar, aunque últimamente nos tuviera acostumbrados a películas bastante más oscuras. Dicho esto paso a otra película y voy a desvelaros la identidad del próximo Papa antes de que haya fumata blanca. Antes de revelarlo os comunico que si queréis originalidad no paséis al párrafo siguiente. Si queréis originalidad, pasad más abajo, hay algún escrito en el que menciono a Mad Men del que estoy más orgulloso que de éste, pero no trata cosas tan evidentes.  Paso por tanto, para los que quieran, a revelar quién y cómo será el nuevo Papa, lo haré también en tan solo una frase.
“El nuevo jefe de Estado del Vaticano será el Sumo Pontífice”. Y Con esto del Sumo Pontífice solo quiero decir eso: que será el jefe del Estado Vaticano, que será hombre, que será el obispo de Roma… y que como tal, y como lleva siendo en los últimos siglos se tratará de un hombre conservador, homófono, machista, estará en contra de los avances de la medicina que no le beneficien, vestirá de oro y pedirá dinero por caridad, hablará en latín,  se hará el progre por algo así como alabar a los Beatles (esto último es de Benedicto XVI), y si estuviera en sus manos nos haría pagar diezmo. Y es que, ya lo advertí, “el nuevo jefe del Estado Vaticano será el Sumo Pontífice”, no os sorprendáis. Y luego vendrán las críticas, como si Boyero no supiera qué película iba a ver.

lunes, 4 de marzo de 2013

La dificultad de respirar


Tiene algo de novela de saga familiar, algo parecido al tono decadente y triste que se escucha en los finales de las novelas largas, un tono de oro ennegrecido y viejo, de palacio cuyas ventanas están a punto de ser rotas por la yedra que escala –lenta pero constante- por el alféizar. Está el argumento en ese punto en el que se tira peso por la borda para que el barco no se hunda, en el momento exacto en el que los muebles caros de la familia empiezan a ser empeñados y las tierras subarrendadas, justo cuando a la rica familia se le muere el caballo y lo único importante es el arroz y la tartana.
En estos capítulos finales, paradójicamente, los personajes sonríen más, reciben más flashes y visten mejor que nunca. Es aquí cuando se agarran a sus cunas y piden que la historia no se acelere, que germinen otra vez los campos, que los columpios vuelvan a chirriar bajo el peso de unos bucles rubios sobre cuellos almidonados.
Ellos, sin embargo, no son conscientes de la ruina que llama a la puerta de su casa por el simple hecho de que los protagonistas de las historias nunca saben que lo son y no se percatan de su importancia al igual que los demás no nos percatamos del hecho de respirar y, al pensar en ello, la respiración se torna dificultosa.
Esos momentos de respiración mefítica llegan siempre a las mejores casas y es tan fácil solventarlos como olvidarse de la dificultad de respirar. Es entonces cuando el aire entra y sale en el cuerpo de forma natural, se abren así los ojos, las ventanas, se limpia el palacio, se corta la yedra trepadora, se encuentra la forma de recuperar los muebles de la casa de empeños y el bicarbonato para limpiar el oro. Y hasta en las casas más abúlicas la solución llega entonces por el camino fácil, penetra en las fosas nasales la solución como siempre lo hizo. Pero mientras tanto, mientras no reparen en que la dificultad de respirar es solo aparente, los trabajos para conseguir que el fin de la novela no sea tal serán insuficientes. Tanto como las operaciones de cadera.