martes, 16 de abril de 2013

Atletas, bajen del escenario



Constantino Romero
Hay algo de moderno en lo viejo *. Esta modernidad empezó más o menos en el momento en que la situación toreada se convirtió en torera. Las gafas enormes de carey claro, un cierto gusto por la faldas interminables y especial amor a los teléfonos con cable se han ido extendiendo de casa en casa, de temperamento en temperamento, para convencernos de que las modas son circulares y que la gomina puede ser un residuo de tu vida en el pueblo o todo un homenaje a “Mad Men”. Lo mismo ocurre con las ideas, que ahora son reflejo del exterior y no al contrario, como mandan los cánones del momento. Ahora mismo me dispongo a salir a pasear mis gafas de sol (wayfarer, por supuesto) y voy a comprarme lo último o lo más viejo, según cómo se mire. Porque a alguien, a alguien moderno y retro, a alguien vanguardista y vintage se le tiene que haber ocurrido fabricarlo. Y es que siendo Gallardón el adalid de la modernidad, alguien tiene que haber estampado en una chapa (o en pin, que es más demodé) su cara.
¡Qué innovación sepia! ¡Qué locura de mercado de segunda mano venido a más eso de que la monarquía es “una apuesta de la modernidad de la España” (oh, mi España) del siglo XXI! Gallardón nos engaña con su pelito bien cortado, con su carita debidamente afeitada porque, si miras más allá, verás a ese ministro hipster de Ipad parlamentario, camisa de cuadros y barbaza callejera. Una nota disonante cuya melodía del teléfono es una canción de los catalanes Manel. Ya decía yo que cada vez que le veía por la pantalla notaba los acordes de una guitarra vieja de fondo, concretamente a "Fa vint anys que tinc vint anys", por seguir con el mismo acento. No lo hemos sabido ver, no, porque al igual que es difícil entender que los relojes Casio son lo último es difícil entender que la infanta sea absuelta y el papel del fiscal tan valorado como no lo fue en el caso de Garzón. Porque en ellos, estimado público, en todos esos autos hay un aire de comida viejuna, de sonido a Janis Joplin que es precisamente el último “must” por ser viejo y polvoriento. No es otra cosa, muy señores míos, sino que el ministro “malasañero” ha revolucionado la justicia y la ha puesto a la altura del vintage siglo XXI. Es culpa nuestra no verlo. Nuestro el pecado.
Así, ahora algunos pocos pasean tranquilos por sus jardines. Son ellos, los vanguardistas, los que han sido salvados por un nuevo movimiento novísimo encarnado en Gallardón. Sus madres, sintiéndose como la madre de la Pantoja, están relajadas porque sus collares de perlas interminables han vuelto a estar de moda. Pero repito que, como en toda moda, al principio esto no se entiende ¿cómo se va a llevar de nuevo el bigote? ¿cómo la inviolabilidad judicial de la gente que aparece por televisión si tienen el respaldo popular de la audiencia de telecinco, aunque hayan infringido la ley? Y no lo entendemos, pero un día te levantas y te pones esa chaqueta de tu abuelo, ese leotardo de postguerra, esa sentencia absolutoria. Y te ves bien con todo encima porque te has acostumbrado, está en la calle, es un “must". 
No es sino lo que se debe hacer y ahora formas parte de ello. 
Te has subido a su escenario.

*El título de este artículo hace referencia a la frase pronunciada por Constantino Romero en la clausura de los Juegos Olímpicos de 1992. También a un disco publicado, este mismo año, por el grupo catalán Manel.

Enrique Llamas
@enriquegllamas

lunes, 8 de abril de 2013

Tiempos verbales


La dama de hierro

Me podría obligar a negarme a vivir en un país que se desmorona por dentro al igual que se acaba con el interior de los edificios históricos de Madrid. Me podría negar a vivir tras una fachada de sol y playa. Me podría negar a que manipulen las opiniones de mi generación. Por negarme me podría negar también a ver cómo desde arriba se acaba con la cultura poco a poco, en una larga y penosa enfermedad.
Si me abstraigo y me concentro conseguiré, en ejercicio que me evada de mi entorno, de objetivizarme a mi mismo, exento de todo marco, negarme a todo eso como un niño empecinado en no comerse las verduras. Pero arriba he usado el tiempo condicional y a mis frases les faltaba la condición necesaria: me negaría si no fuera español. Pero soy español y, aunque me niego a que ocurra lo que está ocurriendo mis esfuerzos son inútiles. Al igual que el niño acabaré comiendo la verdura si no es para cenar para desayunar, sino es para desayunar para comer, y así en bucle finito hasta que el hambre te haga tragar cosas de las que prefieres no conocer el sabor. Cierras los ojos y notas como una bola fría e insípida se abre paso dentro de tu cuerpo, dejando un rastro desagradable en la memoria.
Sin embargo hoy, leyendo las noticias sobre la muerte de Margaret Thatcher lo he vuelto a hacer, porque en algún momento la condición se derrumba y vuelves a la negación pura: me niego a que entierren a los políticos de este país llenos de honores, me niego a un funeral de estado, me niego a bajar una bandera a media asta. Me niego porque las banderas deberían estar ya de capa caída gracias a ellos. Y aquí el tiempo condicional pierde el sentido y, cuando lo pierde, cuando te niegas, es cuando empiezas a conjugar el tiempo futuro.

lunes, 1 de abril de 2013

Lo pequeño


Municipio asturiano de Cudillero.
La situación actual nos está dejando acostumbrados a cosas grandes que nos van dando de sí el pensamiento de tal forma que, cuando queremos comprender algo pequeño, nos baila en la cabeza la nimiedad, dando tumbos dentro de un cráneo que se ha quedado grande como un jersey irresolublemente gastado. Habituados a grandes cifras (el paro, la deuda, la corrupción, el dinero robado o los sueldos de los grandes puestos en los bancos) nuestros sesos ya no son capaces de ver los números enanos, las pequeñas cantidades, los datos corrientes que sin embargo son los más fáciles de entender y de atacar como problema de primaria.
Por eso deberíamos comprender que la democracia comienza su necrosis pestilente en una ciudad pequeña como Cuenca. No huele tantísimo como el ingente número de desahuciados, ni como las numerosas familias con todos sus miembros en paro. Pero es más fácil de entender, tan solo hace falta imaginarse que tu entorno más cercano (tu barrio, tu ciudad, tu pueblo) se ha quedado sin periódicos que te cuenten lo que ocurre en él, tapando así los ojos y los oídos de la población al control de los poderes públicos. Los conquenses ya no sabrán si se cumple la promesa de tapar el bache de la calle de al lado. En consecuencia, los hechos atroces que nos narra la primera película de Pilar Miró, "El crimen de Cuenca" (1979), podrán repetirse un siglo después y quedar impunes.
El mismo olor de los tejidos muertos, de los animales carroñeros, es el que viven los vecinos del municipio de Cudillero, Asturias. Un pueblo pesquero, inconfundiblemente asturiano. Sus habitantes se han dedicado a repartir flores en las calles de su pueblo para impedir el avance del hedor, pero sólo han conseguido ser denunciados por entrar a poner margaritas en su Ayuntamiento. Este olor putrefacto emana de su  ex-alcalde, Francisco González, diputado socialista en la Junta del Principado e imputado por presunto cohecho y exacciones ilegales. El actual alcalde, Ignacio Fernández, ha sido colocado en el puesto al igual que las inclemencias del tiempo o la ubicación de los yacimientos ya que no ha sido votado, al igual que ocurre con los accidentes del terreno, como las nubes y el carbón.
Y estos dos crímenes, que afectan a poca gente, que hablan de cosas pequeñas. ya casi no los entendemos porque nos han acostumbradoa pensar en cifras enormes. Sin embargo lo pequeño siempre fue reflejo de lo grande, de las cifras enormes, de los datos monumentales. Lo pequeño es causa y consecuencia de lo grande, lo podemos tocar con las manos. Nuestra es la decisión de usar paraguas contra lo que no se elige, nuestra la de contarlo.