lunes, 20 de mayo de 2013

No vi la final del mundial


Discurso de navidad del Rey (2010)

He de reconocer que frente a la independencia que dan los caracteres poco gregarios o el sentirse ajeno a cualquier patria, a cualquier generación, a un grupo, las personas que en algún momento rehuimos de los grandes sentimientos a los que se nos considera inscritos de fábrica echamos de menos ese sentimiento predeterminado, primario y medular que se nos supone y que no tenemos.
Quizá no lo tengamos por una tara genética, por un fallo en la percepción, pero en la mayoría de los casos no por cabezonería. Quiero decir, que hemos intentado tener esta clase de sentimiento que nos hermana automáticamente a alguien desconocido que pudiera ser nuestro mortal enemigo, pero no lo tenemos, o al menos no lo tenemos en determinadas cosas. Así mucha gente no lo tiene respecto a un partido político, no lo tiene hacia su país, hacia su ciudad, hacia su barrio. Quizá no han sido educados o no han visto formarse esas entidades que se acaban considerando propias, y en algunos casos se les han inculcado que no tuvieran esas carencias desde pequeños, pero ha sido vano esfuerzo. Es exactamente lo que a una minoría nos ocurre con el fútbol: de pequeños se nos coloca delante del televisor –al lado de la hinchada adecuada, la buena- pero no hubo manera de que aquellos hombres correteando de un lado a otro suscitaran el más mínimo interés. Cumplida la mayoría de edad lo intentamos por nosotros mismos –justo en el momento en el que la prensa parecía solucionar los problemas de España jugando a la pelota y la rojigualda se vendió como enseña de un deporte incluso para republicanos- pero fui incapaz de no aburrirme ante las andanzas de una selección que me resultaba indiferente. De modo que no es cabezonería, lo he intentado y por eso me doy de morros una y otra vez con la misma conclusión: el fútbol me aburre al igual que me aburre la burocracia.
Uno ya ha decidido no verlo ni siquiera por compromiso; con desvergonzado desdén a una minoría nos desapasiona apasionadamente. Sin embargo hay algo –no en los grandes, desde luego, no en los poderosos- en aquellos que están acostumbrados si no al perder si al menos al no ganar. Se trata de una solidaridad inútil, una alegría vacía, una sonrisa que se les cuelga unos días, una euforia fugaz y tontorrona en los gestos de aquellos que, sin esperarlo y años después, vuelven a ganar al que siempre les ha pasado por encima sin planteárselo y por derecho propio. Se trata e volver a ganar al chulo del barrio. Es aquí cuando la envidia tímida te asalta y te dice “ojalá pertenecieras a ellos, ojalá hoy te alegraras con ellos como alegra una canción optimista a los fans de un concierto, como alegra a un creyente oír hablar del cielo de los buenos”. Se trata de eso, es el precio de un concierto caro y marginal, de la envidia hacia las cosas que no solucionan problemas pero que suponen la alegría instantánea y social que tanta falta hace últimamente.

Enrique Llamas
@enriquegllamas

lunes, 13 de mayo de 2013

Forrest Infanta


Tom Hanks interpretando a Gump 

La fotografía que aparece en la portada de El País del pasado miércoles consistía básicamente en un ataque de humor, una risotada pública de la realidad española, un azote en la cara que nos explica por qué las cosas no empiezan a cambiar, por qué se le consiente a la justicia el sentido de la vista. 
No se trata de un jarro de agua fría, es un cubo de aguas mayores y menores: “¡Agua va!” grita la fotografía. Se trata de la hija de nuestro Jefe de Estado, la hija del Rey, de la cabeza oficial del ejército, que se supone nuestra defensa. Cristina salía de su despacho de La Caixa sonriente tras conocer el levantamiento momentáneo de su imputación. Hace bien en sonreír, pero lo verdaderamente molesto no era ella. Lo verdaderamente molesto era la gente que sonreía desde detrás. Estaban encantados, y también esbozaban sonrisas, quizá intuyendo que iban a aparecer en portada el día siguiente.
Al igual que esas multitudes medievales que acudían a ver al Rey y pensaban que a través de él su Dios del siglo XII les irradiaba pureza, estas personas de siglo XXI se sentían importantes: una ósmosis no corpórea les llegaba aire través por estar cerca de Su Alteza. La sangre real les llegaba de tal forma que en ese momento la letra inicial de sus nombres propios se escribiría más mayúscula que nunca. Ella, Cristina, con su paso libre y resuelto de quien no tiene nada que temer les hacía más grandes con su imagen, les bendecía.
Por eso no pasa nada: porque da igual que nos roben, da igual que la justicia haga excepciones con ellos, da igual que la mayor parte del electorado actual no les haya votado. Es lo mismo. Porque si nos los encontramos por la calle sonreímos, ya que con su sola visión se nos hace importantes. Y les consentimos robar, consentimos que se rían en nuestra cara, les dejamos llamar a sus contactos en la justicia, les consentimos amantes amparados por el CNI, cacerías, que no prediquen con el ejemplo. Nos llegamos a poner incluso del lado del fiscal y pensamos que Cristina (pobre) tiene fallos de percepción y que no se entera del dinero que entra en su casa. Por eso, dadas sus aptitudes para la economía trabaja en un banco que (mira tú por donde) tampoco sabe por dónde entra o por donde sale el dinero. Bendecidos por su presencia nos ilumina Francisco y lo entendemos todo en un momento de inspiración divina: desde la situación de los bancos hasta la compasión de la justicia española en sus resoluciones con la gente de entendimiento más bien humilde.
Sin embargo, por mucho que lo hayamos entendido, hay algo que los españoles no llevamos nada bien, hay algo que no se nos puede hacer aunque nos lo haga el pobretón más buenazo y más corto del pueblo. Y es que habrá un día en que, en un alarde de esa campechanía que les acerca al llano, la monarquía y la clase política baje a la frutería para que veamos su proximidad y su contacto con la calle. Y se les caerá el hermanamiento con el pueblo cuando se cuelen a la hora de pedir un quilo de manzanas porque inconscientemente se consideren con derecho a hacerlo. Y no, que no lo hagan Sus Altezas, porque en ese momento, por mucho que irradien divinidad absoluta, por mucho que nos iluminen con la ternura del discapacitado, no se lo vamos a consentir. A un español no se cuela en la frutería ni el mismo Tom Hanks interpretando Forrest Gump.

Enrique Llamas
@enriquegllamas

martes, 7 de mayo de 2013

El nombre de los dioses


No hace falta refrescarle la memoria a nadie con el tema de Grecia y Roma. A quién más y a quién menos se le enseñó en el colegio que, por primera vez en la Historia, el pueblo conquistado pasó a ser el conquistador, y que –bajo el yugo administrativo de los itálicos- la religión griega (entre otras cosas) no solo no desapareció, sino que pudo pervivir y extenderse por todo el mediterráneo con unos resultados que no se habían conseguido con las colonias. Esto es algo que universalmente (antes y después de Cristo, en el Mediterráneo y en el Kilimanjaro) puede dolerle al conquistador: el gran bravucón bélico conquistado ante los encantos de un grupo de ciudades lejanas.
Sin embargo hicieron algo para que los contemporáneos no se dieran cuenta de lo que estaba pasando, para que no supieran que se les había metido el enemigo no ya en casa, sino en su vida. Así fue como decidieron cambiarle los nombres a los dioses: Zeus a Júpiter, Poseidón a Neptuno, Atenea a Minerva…
Con más o menos destreza los nombres de los dioses y de las cosas se han ido cambiando a lo largo de la historia, es en muchas ocasiones el último recurso para que la gente no asocie un concepto con la realidad. Así por ejemplo lo que ocurrió hace más de doscientos años un dos de mayo fue un levantamiento, no un escrache y aquel tema de la guerra civil fue rebautizado como cruzada. Se cambia el significante para que el significado parezca otro, para que no nos rebuzne la realidad en la cara. Así los cánceres son largas enfermedades y ya son menos cánceres o llevas la comida en un tupper y así ya parece que no vas al campo para comer de una tartera.
Tienen algo de romanos estos líderes nuestros cuando le cambian el nombre a las cosas. Algo de literatos cuando tiran del eufemismo para que no nos demos cuenta. Pero olvidan algo: que los primeros en acabar creyéndose su propia mentira son ellos mismos, al final siempre caen en manos de Afrodita y tienen que ir corriendo a la clínica Dator porque les han conquistado. Pero lo de ellos no es un aborto, es otra cosa.