Muerte de una vieja dama indigna
Creo que grité algo así como ¡Bingo! cuando leí la primera
parte de su biografía. Un comienzo demoledor, que me repito mentalmente de vez
en cuando. “Habíamos ganado la guerra. Hace unos días oí comentar que la guerra
civil española la habíamos perdido todos. No es así.” Y tenía razón, mucha
razón, porque al final siempre hay perdedores y vencedores. Ella lo sabía bien,
porque nació en el bando de aquellos habían ganado. Por eso decidió contar la Historia
desde ese lado, la Historia de los que habían vencido y, tras varios intentos
de acomodo, decidieron cambiar al Boccaccio. Gracias a ella han llovido sobre el
público el atractivo y los peros de Barral, el carácter de Martín Gaite, la
casa de Ana María Matute y las anécdotas de un mundo que reposa en nuestras estanterías
y que cada vez se aproxima más a la mitología. Todo esto nos lo ha acercado esta miembro del dignísimo circulo de viejas damas indignas al que ella aspiraba
ingresar y que, sin saberlo, presidía para muchos. Destacan de ella su carácter
frío, su sarcasmo, su ternura a la hora de escribir, su amistad con Miguel
Delibes. Los tres amores de su vida; los libros, el mar, los perros. Era una mente preparada para entender la vida a través de la ficción, y eso la ennoblecía.
Al contrario de lo que han dicho hoy en casi todos los
medios de comunicación, Esther Tusquets no fundó Lumen. La compró su padre Magí
(de quien Carmen Bacells dijo que le gustaría ser hija) cuando era la editorial
de unos manuales que pretendían servir para perseguir la masonería. El vicio de la edición hizo que
Lumen se convirtiera pronto en un referente de la izquierda, de la divina
izquierda, en un asidero para encontrar un tipo de obras que en España eran muy
difíciles de localizar. “Dirían que o nos sobraba el dinero o que estábamos
locos” más lo segundo que lo primero confesaba Tusquets, que editaba solo cosas
que le gustaban. Serán para siempre los libros de Mafalda los que traigan para
la mente de muchos la primera imagen de Lumen, fue Quino junto con Umberto Eco
quien propició beneficios económicos en la editorial. La gauche divine es
siempre el mismo mar de todos los veranos y las bocas deslenguadas se han
quedado sin una de sus mayores portadoras. Ella seguro que se horrorizaría al
ver su necrológica (en una versión más breve) en la sección de economía, porque
estaba convencida –tal y como lo está también su amiga Ana María Moix- de que
la edición de libros dista mucho de cualquier otro trabajo comercial. Lo dice
la fotografía de arriba, las dos Ana Marías con la Tusquets, en la casa donde
vivía Matute en Sitges. Lo decía ella misma en “Confesiones de una vieja dama
indigna” cuyo primer capítulo se titula “Las viejas damas indignas no se
confiesan”. Y eso es parte de lo que nos
ha enseñado.
Enrique Gutiérrez Llamas