sábado, 10 de abril de 2010

Lo que necesitas es amor

A Bibiana Aído, como a Blancanieves, le hace falta un hombre (o una mujer, o un soplo de realidad) para despertar de su delirio. Un hombre que le bese, como se besó en su día a la Bella Durmiente.
El último grito de la ministra de Igualdad es que los cuentos de toda la vida son sexistas, que hay que modificarlos, que dan prejuicios a los niños. Parece la hermana secreta de los Grimm.
Parece que la Mulán de los socialistas no está contenta con las cintas de Disney ni con la cultura, ni con los príncipes azules, ni con los zapatos de cristal. No sé de qué guindo se habrá caído esta señorita, para decir que esos cuentos son machistas. No lo son, son cuentos, punto. Porque aquí nadie dice nada de que el príncipe de la Bella Durmiente necesita de tres hadas (ni una, ni dos, ¡tres!) para vencer a Maléfica (que era mujer) demostrando así su insuficiencia, o de que no había ninguna enanita, o de que Pocahontas (en la segunda parte) deja tirado a John Smith, la muy fresca.
No sé si pretende que el siguiente paso sea borrar la historia del mapa, que ha sido tremendamente machista. Y ponerle falda a los monigotes de los semáforos, decir que no reinó Carlos V sino su mujer, que el Rey Fernando el Católico no pintó nada, que los apóstoles en realidad eran féminas. Si quiere igualdad que entren mujeres en las cúpulas bancarias, en la RAE, que sean rectoras de las universidades. Igualdad de hecho, no de fantasía.
Definitivamente, no puedo por menos que recomendarle a la señora ministra un hombre. Por probar no pasa nada. Al fin y al cabo no está tan mal que te despierten con besos, o que te pongan zapatos de cristal.

sábado, 27 de marzo de 2010

Esas divinas palabras

Esta semana ha salido a la luz que Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, también se vio envuelto en líos pederastas en el seno de los seminaristas de su comunidad. Días antes el Papa Benedicto XVI admitió la existencia de casos de misma índole dentro de la Iglesia, y ninguno de los que hemos visto esa noticia (y hemos sido todos) nos hemos sentido, para nada, extrañados.

Las voces más benevolentes, católicos todos, lo han interpretado como una buenísima señal; no los casos de pederastia, evidentemente, sino el hecho de que el Vaticano admita esos hechos, creen intuir un atisbo de modernización en esas declaraciones. Muchos otros no lo vemos así, vemos que se les caía la casa encima y antes de que las goteras internas de la Iglesia empezaran a chorrear agua (y aceite) hasta que ésta alcanzara la calle y se les viera el plumero han decidido reconocer que sus más firmes estructuras tenían taras. Por supuesto habrá que condenar el pecado y ser indulgentes con el pecador, como dice el Santo Padre que pretende canonizar al papa Pío XII, quien estableció un concordato imperial con el Estado para quien luchaba el hermano de Ratzinger, es decir, con la Alemania de Hitler.

Los casos empiezan a salir como setas en toda la geografía terrestre, las voces que criticaban “La mala educación” de Almodóvar se empiezan a callar y critican ahora al manchego porque podía haber tratado la pederastia ejercida por otros profesionales, los grupos proabortistas ven la luz de sopetón y empiezan a entender por qué la Iglesia excomulgaría a aquellos diputados que votaran en contra de la reforma del aborto.

Y a todo esto Benedicto XVI nos recuerda algo más, que son humanos, y como Jesucristo nombra aquellas divinas palabras: “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Y no la vamos a tirar, porque no somos como ellos.

sábado, 13 de marzo de 2010

El cazador

Y al final solo querías que te recordaran como una buena persona. Y que llegaste en la literatura hasta donde pudiste. Pues menuda herencia nos dejas, Mario, te digo mi verdad.

martes, 9 de marzo de 2010

Ay, princesa

No he abierto el periódico y ya veo en primera página el titular: “Catalunya colapsada”. Genial el alarde de bilingüismo del diario Público. Me encanta, a mi que acabo de volver de Deutschland y que adoro London. No contento con esto leo la última página (a ver si la cosa ha mejorado) y resulta que la princesa del pueblo (princesa, no la prinzesa) anuncia su separación por tercera vez. “La separación de su nariz”, pienso yo, porque nunca se le acaba de caer, pero bueno es como la torre de Pisa, cuanto más inclinada está más encanto tiene. A este paso, en la próxima remodelación, una que yo me sé la nombrará Bien de Interés Cultural.

Resulta que la princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?... que ha vuelto a batir records de audiencia. Y nosotros como tontos allí, creyéndonoslo por tercera vez, igual que en siglos anteriores la gente creía que los reyes eran enviados de Dios. Hombre la verdad, mirándolo en la distancia, por lo menos Carlos II debía de serlo, con esa cara…

Pues nada, que allí está ella en su trono de salvación, rodeada por ángeles celestiales. Una verdadera tía de rompe y rasga, tú. ¡Una madre que mata por su hija! Qué exageración, qué madre tan madre, tan por encima de las demás. Además ¡divorciada y trabajadora! ¡Jesús ! (de Ubrique) qué caso tan excepcional, divorciada y trabajadora. Porque no es una trabajadora cualquiera, no ¡trabaja tres horas diarias que debe de durar el programa y además pasa por peluquería y maquillaje! ¿Habrá pedido amparo a los sindicatos? No me extraña que con una vida tan dura pase a ser coronada…

Puede que sepa vender lo poco que tiene, de acuerdo, pero más tontos son los que compran. Gente que consiente que ella sea la heredera de la televisión, de una televisión que degenera desde Emilio Aragón hasta ella. Igual que se degeneró de Carlos I a Carlos II. La gente que la compra se quiere muy poco, se hace menos, hombres y mujeres que trabajan ocho horas o más, que madrugan y trasnochan por trabajar, que se casan y divorcian sin exclusivas, sin traumas, que no se operan la nariz aunque puede que tengan problemas respiratorios porque lo mismo no pueden permitirse el riesgo que conlleva hoy una baja. Gente que tiene que esforzarse para venderse, sacar algo de sí mismos, lejos de los focos, la laca y el photoshop. Gente que consiente esas coronas que vienen de algún dios (sí, sin mayúscula).

Lo que más miedo me da de esto son los extranjeros que tengan un nivel muy alto de español y que entiendan lo que dice ella y lo que dicen quienes hacen de ella un circo. Tengo miedo de que les dé por entender porque está entronada, y empiecen a mirarla como una muestra de la sociedad española.

Pero mientras tanto, ella (que en el fondo no tiene la culpa de nada, que es una marioneta remendada, la vuelta del folclore cutre, de la alpargata más basta, de la incultura que quieren que refleje) sonríe. Sonríe porque se creerá que está guapa o que verdaderamente ha pasado una vida especialmente dura.

En estos momentos me acuerdo de un refrán. “En el país de los ciegos el tuerto es el rey”. El rey, o la princesa. Y me niego. That´s it.

viernes, 26 de febrero de 2010

Verbo "to be" en alemán.



-Do you love me?

-Yes, and you?
-Yes, yes.

Eres la que destruye todo lo que hay, la que quiere ser otra más grande aplastando todo lo demás, a todos los demás. Eres aquella de la que por su codicia no queda nada y tienes que levantarte, vacía pero invadida, indignada, pero coleante. Eres el sueño enfermizo y delirante de la gloria y la pureza, un sueño del que se despierta inconsciente y con sudores fríos, en el que se pasa de dominar a ser dependiente. Eres la enamorada de la resurrección, eres la que se apoya en escombros haciéndose daño en las manos para levantarse y ser nueva, pequeña pero en algún sentido digna. Eres la que se cae porque no puede levantarse, la que se debilita y no se encuentra a sí misma. Eres pura contradicción y te divides. Una cuerda que se tensa. Siempre atormentada, resignada a su pasado. Eres como las personas.

Eres un beso que restaura la armonía, que nos haces encontrarnos a nosotros mismos, Berlín.

jueves, 21 de enero de 2010

Drama King

A la gente nos va el drama.

Por eso nos encanta ver (aunque lo neguemos) las portadas de los periódicos acaparadas por las fotografías del desastre de Haití o, más bien, de lo que era Haití. También nos encanta donar dinero a las oenegés que están atendiendo los escombros físicos y a los supervivientes del otro lado del Atlántico. Nos pone llevarnos las manos a la cabeza para decir que Estados Unidos ha copado el aeropuerto de Puerto Príncipe, en una misión que realmente le correspondería a la ONU. Pero bueno, realmente la ONU es Estados Unidos.

Nos encantó el drama en 2003, cuando Bush invadió Irak, nos encantaron las manifestaciones (justísimas) de No a la Guerra. Nos encantó el drama de José Couso y de Anguita (cuyo padre no dudó en hacer apología de la tercera República española en un comunicado que leyó por teléfono escasos minutos después de conocer la muerte de su hijo). Y así seguimos, disfrutando con los Tsunamis, terremotos, lluvias torrenciales y dramas varios.

Y en medio de tanto drama olvidamos los que son más cotidianos. Las consecuencias de la guerras en Sierra Leona, que son el pan de de cada día de casi seis millones de habitantes. La pobreza extrema de la India ,1.166 millones de personas, y aquí comiendo palomitas delante de la televisión e indignándonos (unos menos que otros) cuando nos dimos cuenta de la situación de ese país gracias a Esperanza Aguirre, que tuvo que volver (pobrecita) en tacones con calcetines. Olvidamos también la situación de Congo, los suicidios de los países nórdicos, los chinos que no tienen una democracia, la explotación infantil y cada uno que aporte más ejemplos porque haberlos, haylos.

Dentro de dos meses la muerte en Haití ( y lo que es peor: la vida de los supervivientes) empezará a desaparecer de los periódicos, dejará de ser excepcional, será el drama suyo de cada día. Y nos dará igual. Porque también nos ha dado igual hasta ahora que Haití fuera el país menos desarrollado de América. Nos ha dado igual que tuviera antes del terremoto una esperanza de vida de 52 años. Nos ha dado igual que solo uno de cada cincuenta ciudadanos tuviera sueldo.

Quizá lo mejor que le puede pasar a un país así, es un drama. Para que empecemos a mirar a ellos. Y eso, es culpa nuestra.

miércoles, 6 de enero de 2010

Olor a Oriente (La envidia)

En ocasiones a uno le duele el dedo pulgar de la mano derecha por darle a la barra del espacio, o quizá el meñique de la izquierda por pulsar la tecla de las mayúsculas. Es entonces cuando no se sabe cómo hacer un artículo sobre algo que le parece tan claro.
Durante estos días ha sido habitual ver a padres, abuelos, adultos en general (adultos, ese mundo de gigantes) llevando paquetes envueltos en papel brillante. En alguna ocasión a uno le da por pensar:
-Qué paquete más grande, qué contento se va a poner el niño.
Y así, cuando se apagan por fin las luces de los árboles, cuando los belenes se recogen y se acaban los turrones uno piensa que se necesita creer en algo cuando vas corriendo a comprar levadura y la cajera del super te dice:
-Esto de la navidad, menuda estupidez… si no fuera por los niños.
Y estupidez resuena con la dureza de la erre la explosión de la t y la dureza de la p para acabar reptando, arrastrándose con la z. Uno necesita creer en algo cuando oye ese “si no fuera por los niños”… Uno necesita creer en algo porque desde pequeños nos quitan la ilusión de los reyes magos. Aquellas tres personas que de pequeños se acordaban de todos los niños del mundo y que te traían regalos a tu casa (a la tuya, y bebían y tomaban la leche y mordisqueaban los polvorones y te dejaban una nota de “gracias por los dulces que nos has preparado”), esos reyes que mal que bien acertaban y que colocaban los paquetes debajo del árbol.
Uno necesita creer que esos paquetes tenían una especie de polvo dorado encima, que olían al frío de la noche anterior, que entre los pliegues tenían arena del desierto. A mí, aquellos paquetes me olían a Oriente.
Y uno necesita creer, que hay alguien que me ayuda ahora a envolver los regalos que he comprado para los demás, alguien que me va a ayudar a colocarlos ahora en el salón (ya no ponemos árbol), porque ahora es uno el que envuelve las cosas en papel que ha comprado ayer a la carrera y que no huele a Oriente.
Uno necesita creer en los niños (seres diminutos) que duermen en sus camas y que mañana se despertarán y pensarán que los paquetes huelen a Oriente.
Y me da envidia, porque a mí me duelen los dedos para escribir algo que tengo claro y que no sé cómo plasmar, y mañana ellos, pensarán que los reyes han comido las pastas que le han dejado preparadas.
Me da envidia, porque no necesitan creer. Ya creen.