martes, 24 de julio de 2012

Muerte de una vieja dama indigna


Creo que grité algo así como ¡Bingo! cuando leí la primera parte de su biografía. Un comienzo demoledor, que me repito mentalmente de vez en cuando. “Habíamos ganado la guerra. Hace unos días oí comentar que la guerra civil española la habíamos perdido todos. No es así.” Y tenía razón, mucha razón, porque al final siempre hay perdedores y vencedores. Ella lo sabía bien, porque nació en el bando de aquellos habían ganado. Por eso decidió contar la Historia desde ese lado, la Historia de los que habían vencido y, tras varios intentos de acomodo, decidieron cambiar al Boccaccio. Gracias a ella han llovido sobre el público el atractivo y los peros de Barral, el carácter de Martín Gaite, la casa de Ana María Matute y las anécdotas de un mundo que reposa en nuestras estanterías y que cada vez se aproxima más a la mitología. Todo esto nos lo ha acercado esta miembro del dignísimo circulo de viejas damas indignas al que ella aspiraba ingresar y que, sin saberlo, presidía para muchos. Destacan de ella su carácter frío, su sarcasmo, su ternura a la hora de escribir, su amistad con Miguel Delibes. Los tres amores de su vida; los libros, el mar, los perros. Era una mente preparada para entender la vida a través de la ficción, y eso la ennoblecía.
Al contrario de lo que han dicho hoy en casi todos los medios de comunicación, Esther Tusquets no fundó Lumen. La compró su padre Magí (de quien Carmen Bacells dijo que le gustaría ser hija) cuando era la editorial de unos manuales que pretendían servir para perseguir la masonería. El vicio de la edición hizo que Lumen se convirtiera pronto en un referente de la izquierda, de la divina izquierda, en un asidero para encontrar un tipo de obras que en España eran muy difíciles de localizar. “Dirían que o nos sobraba el dinero o que estábamos locos” más lo segundo que lo primero confesaba Tusquets, que editaba solo cosas que le gustaban. Serán para siempre los libros de Mafalda los que traigan para la mente de muchos la primera imagen de Lumen, fue Quino junto con Umberto Eco quien propició beneficios económicos en la editorial. La gauche divine es siempre el mismo mar de todos los veranos y las bocas deslenguadas se han quedado sin una de sus mayores portadoras. Ella seguro que se horrorizaría al ver su necrológica (en una versión más breve) en la sección de economía, porque estaba convencida –tal y como lo está también su amiga Ana María Moix- de que la edición de libros dista mucho de cualquier otro trabajo comercial. Lo dice la fotografía de arriba, las dos Ana Marías con la Tusquets, en la casa donde vivía Matute en Sitges. Lo decía ella misma en “Confesiones de una vieja dama indigna” cuyo primer capítulo se titula “Las viejas damas indignas no se confiesan”.  Y eso es parte de lo que nos ha enseñado.

Enrique Gutiérrez Llamas

jueves, 7 de junio de 2012

La postura de una puta.


       Cuenta la mitología griega que Minos, al conocer a Minotauro (hijo de su esposa Pasífae,  y de un toro) ordenó a Dédalo construir un laberinto del que era imposible salir. Así el pobre ser híbrido quedó para siempre en un galimatías del que no era culpable y donde era imposible encontrar evasión. La horrorosa figura de Minotauro se debía a una venganza de Poseidón, que había sido traicionado por Minos, fruto a su vez de un engaño de Zeus a Europa.
Es lo que tienen los engaños; formas maridajes tan  oscuros que si la segunda generación no sale rara lo será la tercera, y para ocultar malformaciones lo mejor es construir laberintos en los que no se encuentre la salida. Europa empezó compartiendo el carbón y el acero para acabar haciendo las cosas a medias con una unión económica que evadía una unión fiscal. Como el deseo de Pasífae por el toro se descuidaron las pasiones y estas desembocaron en soluciones críticas de difícil salida. Solemos verle a estas historias una especie de aura agridulce que retrataba a una comunidad divina bastante desquiciada y peliculera.
Decía Cleopatra en un drama de Shakespeare que verá “a algún jovenzuelo de voz chillona hacer de Cleopatra y dar a su grandeza la postura de una puta”. Probablemente esas grandezas mitológicas sean hoy tratadas con menos respeto e imaginemos a una Europa un poco ligera de cascos huir con el primer animal que se le ponga juguetón. Sin embargo Shakespeare tenía razón, ahora Cleopatra será interpretada por una jovenzuela de voz chillona. La grandeza de Lyz Taylor, como última reina egipcia entrando con un lujoso cortejo en Roma a las órdenes de Mankiewicz, será ensuciada por el exiguo talento de Lindsay Lohan, a las órdenes de no me quiero imaginar quién. La mirada violeta interpretada por la cara más vulgar de la actualidad. Si algo tienen en común la Taylor y Europa ahora mismo son esas palabras de Shakespeare: “mediocres actores llevarán a escena nuestras fiestas…” Olvidan nuestros políticos, como esa estrella borrachuza del mundo infantil, que están a la altura de las grandes historias, de esas que lo mismo valen para ahora que para hace milenios. No dan la talla, ni los políticos ni la actriz,  no se dan cuenta de su labor. Obvian las altas esferas europeas lo miserable y lo enorme que es la construcción de este laberinto en el que encerrar las malformaciones de la familia de Europa. Ni siquiera llegarán a la suela de los zapatos a Lohan que apenas dará a la grandeza de Elizabeth Taylor la figura de una puta. Por lo menos ella cumplirá las premoniciones de Shakespeare.

Enrique Gutiérrez-Llamas

miércoles, 18 de abril de 2012

El Paisito


   Que el Monarca lo hiciera muy bien el 23 f no tiene mérito. Quiero decir, que no tiene más mérito que una enfermera que pincha bien, un zapatero que remienda unos zapatos sin dejar señales, un profesor que transmite entusiasmo o una secretaria voluntariosa y pulcra. Como buen profesional su trabajo era mantener el orden constitucional en un occidente que ya no iba a admitir otra cosa, teniendo en cuenta que este país se ubica geográficamente donde se ubica.
Pero lo cortés no quita lo valiente, ni lo cortés, ni lo cortesano. Es decir, que las buenas enfermeras pueden hacer mal una sutura o un profesor dar una lección a matacaballo, lo malo es que cuando esta conducta se repite una y otra vez se concurre en algo a lo que se le llama dormirse en los laureles. Y bastante dormido se ha quedado ya Juan Carlos y toda su prole. No puedo evitar imaginarme a la Reina harta de todo, gritando que un día se va para no volver, cual ama de casa harta de fregar los platos y los trapos sucios. También me imagino a Elena discutiendo con Marichalar por el tema de los Santos Inocentes –una dichosa escopeta en manos de quién no debiera- encima ella se ha llevado la fama de tonta, lejos, eso sí, de la mugre en la que escribía su nombre Paco, el bajo. Menos mal que todavía nos quedan los niños pequeños, tan monos antes de que tengan bozos mal afeitados, tan rubios, tan de portada, en definitiva, tan Borbones.
El que lo debe estar pasando mal es Felipe. Con un padre que más parece un señorito andaluz y una esposa republicana su vida será ya el colmo del disparate. El Príncipe ve peligrar su herencia, su paisito, como López Vázquez en aquel guión de Azcona donde se casaba con una nonagenaria para que le deje testada su casa. Ahora bien, aunque aquella mujer no fuera inviolable, el heredero de la corona está en las mismas circunstancias que el actor porque ¿qué es un país sino un lugar para vivir?

Enrique Gutiérrez-Llamas

miércoles, 21 de marzo de 2012

Comida recalentada

Ayer, en la cola que hago todos los días para llegar al microondas y calentar el Tupper, me di cuenta de algo terrorífico. Entiéndanme, para espíritus sensibles como el mío el hecho de estar en la cola del micro te hace más mortal que cuando vas al baño, y eso duele. Pero a lo que vamos, estaba yo huyendo de lo burdo cual Dafne de Apolo cuando veo que el que tengo delante lleva el mismo abrigo que yo. Eso no es precisamente pureza intacta. Allí estaba mi abrigo de aviador, que me hace parecer recién salido de una película de Lubischt, que me lo pongo con las gafas a juego y te dan ganas hasta de subirte al EnolaGay. Me quité el abrigo, claro, a ver por dónde iba a venir tanta falta de originalidad, quita quita.

Me consolé pensando que mucha personalidad me dan las gafas y que son inconfundibles, no las ha tenido nadie. Bueno, las tenía Valle Inclán, las tenía Le Corbusier, las tenía Castelao, Harry Potter, Shostakovich, Azaña, John Ford o Quevedo. Me quité las gafas, en otro arrebato por afianzar mi carácter. Aguanté muy digno los dos primeros minutos, pero luego me di cuenta de que no era capaz de llegar al microondas y lo que es peor, de ver si los demás tenían un jersey como el mío. Así que resignado a ser uno más me puse las gafas “aunque sea para calentar la comida y no meterla en la fuentecilla de agua que, dicho sea de paso, está bastante guarra” me dije cuando recuperé los ojos.

Calenté mi comida, que era pasta, como el vulgar mortal de delante, como el vulgar mortal de detrás. Me senté en una silla desvencijada, como el resto de humanos del lugar, y comí con un tenedor de plástico, porque si me traigo los de metal de casa corro el riesgo de que el cubierto acabe en el mismo lugar que mis calcetines desparejados. Horroroso, me digo, soy igual que todos, menos mal que al menos, de momento, no se me cae el pelo. Acabo de comer y pienso que, por si todo esto fuera poco, encima ahora oleré a la sardina frita que había de menú. Como todos. A punto de meter la cabeza en el horno a lo Sylvia Plath o hacerme el harakiri como Mishima, me digo que prefiero morir de glamour, como Isadora Duncan, que al menos consiguió que nadie volviera a llevar fulares tan largos.

Como decía ayer, que siempre ha habido clases, el fular de la Duncan seguro que no era de Zara, como mi abrigo. Abrigos a Amancio ni uno más. Que luego pasa lo que pasa, que uno se pone trascendente cuando lo único que quiere es calentar la comida.

lunes, 11 de julio de 2011

Lo "vintage"

Renovarse o morir. O eso al menos decimos en este país cuando cambiamos el fondo de armario, pintamos las paredes, vamos a la peluquería, innovamos a la hora de cocinar, cambiamos de ordenador, de lugares de fiesta, renovamos el Tribunal Constitucional, el de Cuentas, el consejo de RTVE o el Defensor del Pueblo.


Lo que ocurre en España, de un tiempo a esta parte, es que se lleva lo "vintage". Me explico: los vestiditos que se pone Lourdes Hernández (Russian Red), la ideología política de la misma, el bigote de algún moderno a lo Jeremy Irons, irse a Benidorm como en los viajes del Imserso (así aprovechamos antes de que privaticen este organismo del Gobierno) y dejar que los cargos públicos queden allí, llenos de telaraña, al más puro estilo Fraga.

Viendo esta situación podríamos pensar que cualquiera tiempo pasado fue mejor, pero algunos creemos que viendo como está el percal, entendiendo percal como calidad de la tela que nos viste y situación que nos reviste, lo mejor es agarrarse los machos y rociarse de alcanfor, antes que las polillas vengan y nos devoren, como ocurre con la ropa que está encerrada en los baúles de las casas en los pueblos y que , para volver a ponerse, habría que limpiar, fijar y dar esplendor.

Y es que la democracia actual ya está más que "vintage", y en eso no deberíamos consentir modas. En esa tienda de segunda mano que parece el parlamento no se han molestado en ponerle parches y acortarle los bajos, para así permitir que se airee la situación. Gobierno y oposición paralizan los procesos de renovación del todos los Tribunales (el Constitucional es ya anticonstitucional en sí) y mucho menos el Consejo (director incluido) de RTVE.

¿Para qué permitir que el ente público, que funciona bien, como nunca antes lo había hecho, siga adelante? Porque es muy "vintage" no reconocer los éxitos de los demás, ocurría en el siglo XIX y nos ha ocurrido a todos en el parvulario, donde por cierto, algunos dolidos por el éxito ajeno, aprendieron muy bien a deletrear.

viernes, 27 de mayo de 2011

El dios abandona a Octavio

A la muerte de Julio César, Octavio, que era considerado su sucesor, se vio obligado a conformar triunvirato con Marco Antonio y Lépido. Es muy probable que considerara que le había sido robado algo que le pertenecía. Sin embargo esperó, aceptó el título de su tío abuelo y llegó a llamarse Cayo Julio César mientras compartía poder y tierras

Pocos Imperios quedan ya en el siglo XXI, ninguno en los territorios que fueron dominados por Roma. Sin embargo cada casa tiene sus crisis y espera no acabar siendo conquistada por los bárbaros, al igual que le acaba ocurriendo siempre a los grandes proyectos, a las grandes expectativas… a los grandes Imperios. El Partido Socialista tiene la suya propia tras el batacazo electoral del veintidós de mayo. Muchas voces se levantan para pedir primarias, para ser democrático y elegir al único candidato que se presente, para poder seguir teniendo un partido líder, unificado y solvente. Todos intentan salvarlo de la catástrofe que ya parece haber comenzado y que amenaza con dejar con los plomos fundidos a los socialistas durante mucho tiempo. Puede que para que el PSOE siga adelante Zapatero haya tenido que nombrar a alguien como su heredero y evitarse el tener que dividir a su propio partido.

Por eso quien llevó a Zapatero a la Moncloa cosechando votos de Cataluña se ha quedado sin poder ser su sucesora y puede que considere que se le ha arrebatado el derecho a concurrir a elecciones primarias, a ella que tanto se lo merece, a ella que se convirtió en el símbolo de la igualdad de Zapatero mientras pasaba revista a las tropas cuando estaba embarazada.

Octavio, heredero de Julio César, esperó. Esperó a que Lépido pudiera ser considerado un traidor, esperó a que Marco Antonio se fuera con Cleopatra. Y entonces, sin rival alguno transformó una República en un Imperio.

Y es que, aunque al principio duela, a veces hay que esperar, como Octavio. Al final el dios, siempre acaba abandonando a otro.

domingo, 22 de mayo de 2011

Lágrimas en la lluvia

En la película de ciencia ficción Blade Runner los replicantes- falsos seres humanos fabricados en masa que desempeñan los trabajos difíciles- tenían un corto periodo de vida, de unos dos o tres años de duración, ya que no eran de más utilidad para el sistema. Una situación desesperante, la de conocer la fecha de tu muerte, incluso para alguien de naturaleza artificial.

La película está ambientada en 2019 y afortunadamente el mundo que más o menos vaticinamos para entonces no se parece mucho a esa ciudad de Los Ángeles en llamas, a esos coches de formas rectas que echan vapor y se elevan en el aire. Sin embargo si hay algo que ha mejorado bastante desde entonces es el photoshop y el maquillaje. Hoy en día a cualquiera se le quitan años de encima por el método de uniformizar píxeles o de pintar canas del color que más les convenga. Todo esto no aparecía en la película de Ridley Scott y sin embargo ahora (ocho años antes de la vaticinada fecha) contamos con un programa de ordenador capaz de hacer pasar a un lobo por un cordero, tan lejos de aquella harina por encima de las patas de los animalitos de los hermanos Grimm..

Si algo no tenemos son replicantes que hagan el trabajo sucio por nosotros, no tenemos a ningún ser creado para mandarle a hacer las guerras, ni siquiera para que tome las decisiones sucias, tampoco para que cree un sistema de hipotecas de bajo interés que nos acabe sumiendo en la actual crisis económica. Ya lo hacen los cuatro que están arriba. Sin embargo hay algo de lo que esas víctimas del photoshop no se habían dado cuenta: Harrison Ford se dedicaba a saber quién era un replicante y quién no, puesto que en ocasiones aquellos falsos seres humanos ni siquiera sabían que habían sido fabricados. El problema era que al conocer su falsa naturaleza empezaban a buscar soluciones para alargar su vida y eso no convenía a los gobiernos. Hoy, en Mayo de 2011, no han hecho falta Harrison Fords para que vengan a decirnos que nuestra dignidad tiene las horas contadas, nos hemos dado cuenta nosotros mismos, y estamos buscando formas de alargarle las horas, de mantener lo que tantos siglos de lucha ha costado conseguir.

Y algún día espero contarle a mis nietos, como a aquel personaje de aquella película futurista, que he visto cosas que ellos no creerían: atacar naves en llamas más allá de Orión, Rayos C brillar más allá de la puerta del Sol. Cosas que quizá no se vayan como lágrimas en la lluvia.

Porque si somos la generación perdida, estamos empezando a encontrarnos.

Enrique Gutiérrez Llamas