Cuestiones de flotación
Las mejores
confesiones siempre tienen lugar cuando a la relevancia de lo dicho le llegó
hace tiempo la fecha de caducidad. Asalta entonces una especie de rencor,
orgulloso y digno, dispuesto a no arar jamás en un terreno que ha quedado
yermo, después de tanto cultivar, de tanto depender de él como única salida posible.
Algo parecido le ha debido ocurrir a las jóvenes madres de familia cuando han
leído las declaraciones de James Cameron sobre Titanic, donde viene a decir que cabían Jack y Rose en la tabla,
que todo dependía de una cuestión de flotación. Con cierta nostalgia de su
adolescencia estas mujeres habrán mirado el fotograma de los dos amantes
agarrados al madero y habrán pensado que si el director llega a hacer esas
declaraciones hace 15 años probablemente hubieran gritado histéricas,
acordándose de la familia de Cameron, también de la de Kate Winslet.
Es lo que tienen los rescates
¿quién no recuerda el memorable momento en el que Liam Neeson se lamenta por no
haber salvado a más judíos en La lista de
Schindler? Podía haber
comprado alguno más vendiendo su anillo, por ejemplo. Sin embargo estas
revelaciones tienen lugar cuando ya es demasiado tarde. A toro pasado es muy
fácil darse cuenta de que siempre hubo más almas a las que se pudo salvar, que
hubo recursos que se orientaron mal, que se reincidió en los errores. Que no se
miró por quien se tenía que mirar, que se fue un poco egoista. Es el epílogo
final de todas las historias en las que solo se salvan unos pocos, unos cuantos
judíos, comprados por un supuesto nazi, que trabajan en una fábrica, o la niña
rica del Titanic. En la mayor
parte de los casos sólo los grandes se dan cuenta de que se podían haber
salvado más cosas del desastre. Los mediocres nunca son conscientes. Dentro de
un tiempo nuestro actual Presidente del Gobierno dormirá tranquilo en su casa
de consejero de estado tras volver a poner “Titanic” para rememorar viejos
tiempos. No reparará que en la tabla cabían agarrados los dos. No hay flotación
que valga.
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