Masterchef: Solomillo al salvapatrias.
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Logotipo del exitoso programa |
Parafraseando a uno de nuestros novelistas diré que yo no he
querido sentarme delante de la televisión, pero me he sentado. Lo he hecho para
ver –como antaño- en la primera de Televisión Española un programa de cocina
que ha conseguido lo que consigue el reloj de la puerta del sol en nochevieja:
que los españolitos hagamos por una vez algo a la vez. Todos a una nos
maravillamos entorno a los platos, como era moda hace tiempo cuando
proliferaban los programas en los que se cocinaba en directo durante aquel tiempo en
el que éramos lo que no éramos. Esas noches de MasterChef me pregunto por qué
nos quedamos mirándolo hipnotizados al observar todo el proceso culinario.
La verdad es que el español medio está acostumbrado a
realizar ese lanzamiento de filete a dos metros de la sartén para que la carne
–aún no descongelada del todo y sacada de la rigidez del hielo en precario
microondas- no nos salpique en el chisporroteo resultante del contacto del agua
con el aceite. Cocina de supervivencia cuyo único resultado será no rodar
desmayado al salir del trabajo o de la cola del paro. En ese aspecto no somos
identificables con los concursantes del programa. Me pregunto entonces si el
secreto es el sentirnos igualados con los participantes respecto a la presión
que experimentan cada vez que cocinan: ellos flambeando una tarta tatin,
nosotros empanando el filete, ellos trabajando la reducción justa de una salsa,
nosotros abriendo el bote de Solís procurando que no ensucie, oliéndolo por si
está caducado. Creo que tampoco: no es lo mismo. Los elementos que utilizan
para cocinar tampoco son equiparables: del horno con pirólisis al que permanece
en la cocina tras dos reformas de ésta, de la sartén de teflón a la que tiene
el mango suelto. Hay otra cosa que podría ponernos al mismo nivel, y es que
siempre hay que fregar: la parte más humana de la cocina, pero lo humano en la
televisión o existe o no aparece, y por supuesto dudo mucho que los
concursantes le den al estropajo después de ponerle delante un plato a Arzak.
El programa es un formato importado de televisiones
extranjeras: ya ha sido un éxito en lugares como Reino Unido ¿por qué en España
tiene, si cabe, más éxito? El programa consiste en ver todo el proceso
culinario, hecho por lo general con muchas prisas, en admirar su presentación y
en ver como el jurado (tres chefs) lo degustan, alguno de ellos con una mala
educación alarmante. Comentamos lo apresurado del proceso, los fallos de los
concursantes, aportamos brillantes datos de cómo hubiéramos quitado la grasa a
determinado pato o cómo habríamos dado gracia a los guisantes, discutimos sobre
si el plato de fulano tiene más sabor que el de mengano. Y se nos olvida que
nos ha faltado lo fundamental, el único objetivo de la cocina, a lo que se
reduce todo.¿Cómo comentar ese solomillo Wellington? ¿Ese risotto? ¿a cuento de
qué nos apasionamos comentando la calidad de esa lubina? ¿Por qué lo hacemos si
nos falta la verdadera meta de la cocina que no es sino comer el plato o al
menos probarlo? El secreto de MasterChef es el mismo que el de los
salvapatrias que tanto abundan en estas épocas: hacernos opinar de lo que no
sabemos.
Enrique Llamas
@enriquegllamas